Episodio 07: - Informe 6219 - el loto blanco

Consulté el reloj, intentando distraerme con cualquier nimiedad: Las dos de la madrugada en el puerto de Manhattan. No pude más que suspirar. A aquellas horas, yo debería llevar ya un buen rato en mi séptimo sueño o, como mucho, llegando a casa felizmente borracha, no teniendo que aguantar a la mitad de la plantilla dando vueltas de un lado para otro, tan entretenidos como yo. El pequeño Gran Jack me pegó un codazo y me indicó que pegara la oreja.


- ¿Cuál crees que caerá primero? – me preguntó al oído entre risas.

Eché un rápido vistazo a la tropa: Vladimir y su inseparable Ariel cuchicheando entre sí, mi asquerosa nueva compañera mirando al cielo y Goemon con la punta de los zapatos pegados al borde mirando al horizonte con sus gafas de sol puestas.

- Votaría por la rubia a la que le va a caer un mosquito en el ojo. Pero, sinceramente, dudo mucho que el señor director nos haya reunido para hacer una prueba de resistencia al aburrimiento.


Gran Jack no pudo reprimir una carcajada. Todos se volvieron hacia nosotros, inclusive la mirada del jefe que fue capaz de traspasar los cristales oscuros que la cubrían. Gran Jack carraspeó y se cuadró y yo simplemente miré hacia otro lado. La única que se nos quedó mirando fue la queridísima Ángela, con aquella cara de no saber si le producía náuseas o diarrea. Para evitar su mirada, me quedé mirando a Goemon: Tan solemne y ridículo con gafas de sol en mitad de la noche; aunque, lo más extraño era verle solo sin la pesada compañía de su entrañable Doris.
Antes de que pudiera seguir cavilando, la bocina de un barco resonó en todo el puerto. Se acabó el relax, casi sin proponérnoslo cada cual se fue posicionando alrededor del jefe. Poco tiempo después, pudimos ver cómo un gran barco se acercaba para atracar. Volví a mirar el reloj, más por curiosidad que por verdadera necesidad. Casi daban las tres.
Con forme el barco atracó en puerto, Goemon nos hizo un gesto con la mano para que le siguiéramos. El barco era bastante largo, por lo que nos llevó nuestra propia procesión llegar hasta las escaleras de desembarque. Un grupo de figuras se fueron dibujando y, antes de poder verles las caras, nuestro líder se reverenció ante la primera de ellas: Un ser mucho más bajito, gordo y viejo que el resto.

- Maestro Fa, es todo un placer volver a estar en su presencia – dijo sin levantar la vista del suelo.

- Ya no eres un aprendiz – dijo el gordo bajito acercándose hasta poder colocar su mano diestra sobre el hombro de Goemon -. Y, por lo que sé, has demostrado hacer buen uso de todo cuanto te enseñé.

- Maestro, para mí usted siempre seguirá siendo una fuente de enseñanza.

- Mi maestro siempre decía que es la vida quien enseña. Aunque tu abuelo siempre pensó que nuestro maestro era un viejo charlatán. – El maestro Fa rió, después le dio unos toquecitos en el hombro al jefe para que se levantara -. ¡Ah! Añoro esos años… y a ellos también. Tu abuelo estaría orgulloso de ver el hombre en el que te has convertido.


De repente ambas sonrisas menguaron, había llegado la parte seria. Miré de reojo al resto del equipo, estaban todos tan expectantes como yo por saber qué coño hacíamos allí asistiendo a una reunión de antiguos compañeros.

- Maestro – el primero que intervino fue Goemon -. ¿Por qué está aquí?

Goemon y el gordo bajito echaron a andar, para después deshacer sus pasos mientras dialogaban. El círculo del equipo se alargaba y se estrechaba a su conveniencia. De todas formas, nunca se alejaban demasiado del barco.

Desde el conocimiento del maestro Fa, en Oriente hacía meses que se llevaban denunciando el secuestro de ingenieros coreanos, ingenieros especializados en la transmutación de especies. El Loto Blanco había llegado a la conclusión de que el grupo que estaba detrás de los secuestros, era el mismo que estaba experimentando con criaturas místicas, cuyos secuestros llevaban una buena temporada realizándose por todo el continente asiático.

- Mis mejores agentes aseguran la existencia de un transporte entre Asia y América, puede que sea para el intercambio de esa nueva arma que han creado. Los tratados prohibían la intervención de cualquier grupo externo – finalizó el maestro Fa.

- Si sus sospechas e informaciones son ciertas, en estos muelles puede que se encuentre esa arma asiática.

- Además del posible paradero de los ingenieros y víctimas de los secuestros, sí.
La Unidad 86 pone a su entera disposición todo lo que pueda necesitar, nuestras instalaciones y el equipo que hoy me acompaña. – Goemon volvió a reverenciarse ante su maestro.

El anciano se quedó callado y cabizbajo, tan meditabundo que por un momento dudé en si se habría quedado dormido. El jefe no se levantó, pero le observaba de reojo con la preocupación en los ojos. Por mucho que sus posiciones les separaran, Goemon lo respetaba, e incluso, yo diría que lo idolatraba. Tenía la impresión de que si estuviera en su mano, el jefe daría su propia vida por la de su maestro, sin dudarlo siquiera. Esta escena rompería el corazoncito de la cándida Doris, lástima que no estuviera aquí para verlo.

- ¿Qué le preocupa, maestro? – preguntó Goemon situándose frente a frente.

- Es ese asunto con la Bastilla. Los demás grupos nos sentimos como… como despreciados por no habernos solicitado personal, aún siendo un caso como el de esa chica tan… necesario. En el Loto Blanco la gente empieza a murmurar acerca de tu sucesión y de cómo, conociendo como conoces nuestra Organización, no quieras a ninguno de los nuestros en tu casa.

Todo se quedó en silencio por unos segundos, Ángela había chasqueado la lengua al escucharles hablar sobre ella y, por una vez, le daba la razón. Ese viejo altivo sabía cómo aprovecharse de Goemon y ponerle en un compromiso.

- Gran maestro – dijo al fin el jefe con voz solemne -. Por favor, pido que me disculpe por todos los malentendidos y todas las habladurías que se han generado por mi causa. Pero mi posición me obliga a tomar decisiones por encima de mis propios deseos o intereses. El asunto tratado con la Bastilla fue, como usted mismo bien ha comentado, necesario. No obstante y como prueba de fe de nuestro interés porque nuestros lazos con el Loto Blanco sigan fortaleciéndose con el paso de los años, le agradeceríamos que usted, gran maestro Fa y director de la Organización del este, considerase ceder un agente que pueda ser de utilidad nuestra Unidad 86.
- Acepto – la respuesta del maestro fue inmediata -. Mi agente ha estado esperando por esa petición. Y como muestra de que es también mi interés el convenio entre ambas casas, el Loto Blanco te ofrece a ti, Goemon, a su mejor agente. ¿Oíste Lee Mei? – al decir las últimas palabras, el anciano alzó la voz pudiéndose notar con claridad un deje de rin tintín.


El jefe palideció, se quedó inmóvil y con la boca tan abierta que un Antonov An-225 podría aterrizar en sus encías sin problemas. Mientras todos estábamos distraídos creyendo que a nuestro superior le había dado un pasmo, una sombra se deslizó desde el barco y, en un salto, se colocó entre el viejo gordo y el jefe. Era una mujer de mediana edad, le eché entre treinta y cuarenta; buen físico, curvilínea, cintura de avispa y, tal como había demostrado, con unos músculos bien preparados. Lo desconcertante de aquella mujer no era su vestimenta de mono de cuero y vinilo que ya querría yo para mí, sino la forma en que miraba a Goemon y en cómo le sonreía. No la conocía, pero ya me habían entrado ganas de borrarle aquella estúpida sonrisita con mis nudillos. En una acción tan impulsiva como su entrada, se abalanzó sobre nuestro jefe. Jode reconocer que la primera en reaccionar fuera Ángela, sacando su pistola de mano y apuntándola; el resto del equipo la secundamos. Rápidamente, Goemon alzó la mano y luego la dejó caer en modo de descanso. Todos bajamos inmediatamente las armas. ¡Me volvía a quedar con las ganas!
Resultó que aquella mujer era (o, mejor dicho, fue) la prometida del señor jefe, a la vez que nieta del viejo gordo bajito y, por consiguiente, su sucesora. Todo había ocurrido mucho antes de la Unidad, en su juventud. Lee Mei había conquistado los corazones de los dos herederos del clan Ishikawa. Aunque tanto el maestro Fa como Mei habían elegido a Goemon, su hermano no llegó nunca a aceptar dicha decisión. Con el tiempo, nuestro jefe pasó a formar parte del Loto Blanco y su maestro lo preparó para ser su sucesor. Lejos de querer una alianza entre la casa de los Ishikawa y la del Loto, el hermano de Goemon le tendió una trampa, fracasando y muriendo en el intento. Ese hecho, por más insignificante que pudiera parecer, cambió el rumbo de los hechos de una manera brutal. Sin su futuro líder, los Ishikawa no permitirían que el Loto Blanco se quedase con su único heredero y Goemon no podía dejar de sentirse culpable por la muerte de su único hermano, por lo que renunció a su maestro para convertirse en el futuro heredero del clan Ishikawa. ¡Y aquí estamos! Unos buenos años después cayendo en el engaño de un viejo y su nieta. Sabía que el jefe era algo confiando y simplón pero no como para dejarse engañar con un truco tan obvio. 


- Bien Lee Mei, tu abuelo y tú permaneceréis junto a mí hasta que llegue el helicóptero que nos lleve al nido – dijo Goemon dirigiéndose a los recién llegados. Ambos asintieron con un gesto de cabeza. Después activó su intercomunicador -. Ángela, ¿me recibes? A partir de este momento eres los ojos de todos, si algo se mueve y no es de los nuestros… reviéntale los sesos, hazlo explotar, haz lo que te dé la gana… pero elimínalo, ¿entendido?

- Oui, mon capitaine – le saludó al estilo militar y, colgándose el francotirador al hombro, buscó un sitio lo bastante alto para ocultarse.

- Abby – escuché la voz de Goemon hablándome por el intercomunicador -. ¿Querías una oportunidad para demostrar lo que vales? Pues estás al mando del equipo de rastreo -. Asentí una sola vez -. Vlad, Jackson… ¡Evitad que la maten!


 Oí cómo una risa se escapaba entre los labios de Gran Jack. Los tres nos unimos y comenzamos a movernos. Ariel nos miró y volvió a mirar al jefe… nuevamente, se olvidaban de ella.

- ¿Y yo, director general?

- Tú estarás entre Ángela y el equipo de rastreadores. Las órdenes son claras: Nada entra ni sale y, si algo estorba, hazlo volar. Deja que la pequeña “Vin Brulè” deje caer copos de nieve roja.

- ¿Vin Brulè?

- Así llamaban a Ángela en la Bastilla, por ser la única capaz de permanecer en su posición sin moverse durante la mayor tormenta de nieve del invierno francés más crudo. El único rastro que quedó de sus enemigos fue la nieve roja. Además, es una bebida francesa que se consume usualmente en temporada de invierno.
- Uhh, alguien ha dado clases de historia francesa y ha cogido mi expediente como libro de texto – el sarcasmo de Ángela era palpable hasta con el cimbreo del intercomunicador.
Si vas a contar las cosas, hazlo bien. El “Vin Brulé” es una bebida proveniente de la región suroeste de Francia y está elaborada a partir de vino tinto, combinado con zumo de naranja y distintas variedades de especias – intervino Vladimir.

- ¡Wow! Perdonadme pero, ¿cuándo dejó esto de ser una misión de exploración para convertirse en una cata de vinos? – Gran Jack se reía a carcajadas y, exceptuando a Vladimir, se nos pegó al resto.

- ¡Ya basta! Os quiero en silencio y con los ojos bien abiertos, ¡moveos ya!

Con el grito de salida todos empezamos a movernos como un enjambre de abejas, mientras de fondo se escuchó las hélices de un helicóptero tomando tierra. Limpié mi mente de bromas y tonterías, era mi oportunidad de demostrar que se podía confiar en mí y, tal vez, que podía volver a trabajar sin la barbie francesa pegada a mi culo.
Recorrimos y revisamos cada rincón del puerto de carga. Los enormes contenedores nos encerraban como en un laberinto de metal. Lo único que podía escuchar eran mis pisadas y el eco de las de mis compañeros. La bruma de la madrugada dejaba el suelo humedecido con algunas zonas encharcadas que hacía chasquear las botas. ¡Era delirante!


- ¿Sientes algo, Vlad? – mi voz no fue más que un murmullo, pero el eco lo extendió y repitió por toda aquella ciudad de hierro y acero.

- No detecto ningún tipo de actividad psíquica – respondió.

- Tampoco hay nada natural. Una de dos: O no hay nada… o está muerto – respondió Gran Jack.


Personalmente prefería que no hubiera nada, pero tampoco podía confiarme al cien por cien. Natura y acero no se llevaban bien, seguramente, Gran Jack tendría sus habilidades limitadas por la cantidad de acero que nos rodeaba. Seguimos rastreando, tal como habían dicho mis compañeros, no había nada vivo por allí ni rastro de nada parecido.
Comenzaba a sentir las piernas cargadas y adormiladas, no quería mirar la hora pero debíamos de llevar casi dos horas dando vueltas de un lado para otro.

- ¡Chicos! Aquí no hay… - iba a decirles a los demás que no había nada, que podíamos informar al jefe de que se quedara tranquilo y, con suerte, que nos mandara de vuelta a casa. Pero entonces noté algo extraño.

- ¿Abby? –. Gran Jack estaba al otro lado, pero yo ya no le escuchaba.

- ¿Qué cojones es ese olor?


Cerré los ojos para concentrarme mejor en el olor, era un olor extraño, pero me recordaba a algo. Era una mezcla, olía muy levemente a sangre, sangre mezclada con…

- ¡Abby! – Gran Jack llegó a mi lado.

- ¡Huele! – sonó como una órden y él obedeció.

- ¿Qué es esa peste? – Gran Jack se cubrió la nariz, ese gesto me hizo recordar dónde había olido eso antes.

- ¡Fécula de patata! – me miró como si estuviera loca o como si acabara de decir la mayor tontería de la historia –. ¡Sí! Soy muy fan de comprar paquetes de fécula de patata para hacer purés, lo uso sólo en caso de imprevistos y eso no es muy a menudo. Una vez abrí una de esas bolsitas y olía exactamente igual… ¡Estaba malo, obviamente!

Gran Jack se acercó al contenedor que teníamos delante, arrancó el candado y abrió las dos puertas. La peste lo hizo retroceder y a mí me entraron ganas de vomitar.

- ¡Por la santa savia maestra! ¿Pero qué coño es esto? – Gran Jack ahogó una náusea.

- Camuflaje – le respondí, aunque él no esperaba respuesta -. Es la artimaña más utilizada por los contrabandistas. Ningún agente federal tiene valor de registrar un contenedor lleno de patatas, el calor que hace dentro a causa del sol provoca una descomposición rápida. El resto de contenedores deben estar llenos hasta arriba, así éste queda oculto.

- Y… ¿Cómo sabes que éste es el bueno?

- ¿No notas nada más a parte de la pestucia? -. Al decirle aquello, Gran Jack dejó las arcadas aparte y rastreó el olor.

- ¡Sangre! – asentí ante su descubrimiento.

Abrió los brazos en toda su anchura y dio una fuerte palmada. La onda expansiva del sonido movió el cúmulo podrido de tubérculos quedando en total oscuridad su interior. Saqué la linterna y apunté al hueco: Pude ver un montículo de cuerpos ensangrentados al fondo. Me acerqué un par de pasos pero, en el momento en que puse un pie en el contenedor, todo empezó a vibrar. ¿Era yo o el montículo de carne se había empezado a mover?

- ¡CUIDADO! – Gran Jack me apartó de un golpe.

Aún aturdida, pude ver cómo algo explotaba. Me refregué los ojos al tiempo que Gran Jack caía al suelo sin su brazo izquierdo. Vladimir se acercaba corriendo hasta nuestra posición por el flanco derecho y, justo enfrente, tenía a un monstruo sin ojos, algo más grande que un humano pero no mucho más que Gran Jack, lo único que llevaba puesto era unos andrajosos pantalones de estilo japonés. Con la inercia de la carrera, Vladimir golpeó al monstruo lanzándolo de nuevo al interior del contenedor.

- ¡Abby, apartaos de él! Es un Jiang Shi, un vampiro antiguo. No es como es como yo, no se alimenta de sangre sino de almas. Es lo que acaba de intentar ahora contigo. Si os atrapa y lo miráis fijamente a sus ojos ciegos, estaréis perdidos. Dejadme el cuerpo a cuerpo a mí.

Todo sucedía tan deprisa que apenas me daba tiempo a asimilarlo. Agarré a Gran Jack mientras se recuperaba del sock de la amputación y lo retiré para dejarle a Vladimir campo libre. Sacó las garras, toda su masa muscular y desenfundó los colmillos; la criatura respondió haciendo lo mismo. 

Después, era como ver una película con el avance rápido activado: Veía una sucesión de golpes, mordiscos y cabezazos en los cuales no podía distinguir si era Vladimir o el monstruo quién los asestaba. Busqué una posición que me permitiera dejar a Vlad en el lateral de mi campo de visión y comencé a dispararle a aquella cosa, Gran Jack se fue reponiendo y, arrancando trozos de cemento, se los tiraba a dúo con mis disparos. Pero la criatura los esquivaba con una soltura que parecía que fuera una coreografía ensayada. En un estallido de rabia, el Jiang Shi golpeó con tanta fuerza a Vladimir que lo hizo retroceder, pudiendo volver a salir del contenedor. Gran Jack y yo nos recolocamos a una distancia prudencial.

- Ya no le tengo a tiro – me quejé en voz alta.

- Vas a tener que ayudarme, Jacks – pidió Vlad.

No puedo recordar si lo hablaron o, simplemente, lo intuyeron. Pero Vlad y Jacks se movieron al mismo son, golpeando por los dos flancos a la criatura haciéndola volar unos cuantos metros. Ariel se unió al conflicto y elevó al monstruo y lo mantuvo al alcance del francotirador de Ángela. Tal como decía su expediente, la pequeña “Vin Brulè” no falló un solo tiro. Esto era más propio de una animación que de la vida real.
De repente, algo falló. La fuerza psíquica del vampiro antiguo desestabilizó a Ariel, en ese momento de despiste, la criatura la agarró y la lanzó contra el montacargas en el que estaba Ángela. No pude ver a Ariel, pero sí vi a Ángela caer al vacío. Me levanté de mi posición y comencé a disparar como si la vida me fuera en ello que, al parecer,  me iba. Gran Jack le lanzó un contenedor de acero y alguna que otra viga de hierro… Tan sólo tuvimos un par de segundos de retención: Las balas no le hacían el menor daño y doblaba el hierro como si fuese gomaespuma.
Nuestra única esperanza seguía siendo Vlad, que era el único capaz de contenerlo cuando se lanzaba contra él a golpe limpio. Pero con forme corrían las horas en el reloj, Vlad se iba debilitando mientras que el vampiro antiguo parecía renovar sus energías con cada golpe. Iba a pedir la retirada a Goemon cuando Vladimir se me adelantó por el intercomunicador.

- Señor director, he descubierto algo.

- Infórmeme, agente Romanoff. ¿Qué es lo que ha descubierto?

- Esta cosa no es exactamente un Jiang Shi, lo parece pero no lo es. Su mente está vacía, actúa por instinto e imita los ataques de sus adversarios. No creo que podamos reducirlo y capturarlo. Propongo su eliminación.

- ¿Tienes algún plan?

- El nido es el único que tiene el armamento adecuado para aplastarlo. Puedo intentar contenerlo y reducirlo el tiempo suficiente como para que acabéis con él… pero tendremos una sola oportunidad.
Aceptamos tu plan, agente Romanoff. Proceda -. Antes de que se cortara la comunicación se le oyó gritar: – ¡Plasman! Active todas las defensas, código 925.

- Vladimir lanzó un grito y volvió a arremeter contra el monstruo como si no hubiera un mañana. Vi cómo la criatura machacaba su espalda a golpes cuando intentó agarrarlo. De no hacer algo, se libraría del agarre en segundos, no daría tiempo a que llegara el nido.

- ¡Jackson! Atrápanos con raíces, ¡deprisa! – gritó Vladimir al borde de sus últimas fuerzas para retenerlo.

Gran Jack no dudó, usó los tubérculos para crear una red de raíces que los fue cubriendo a los dos a la vez que los ataba uno contra el otro. Sentí las vibraciones del nido acercándose. Justo cuando las raíces se empezaban a romper.

- No aguantará – farfulló Gran Jack.

- Aguántalas un poco más, ya están aquí – le animé yo.

-¡DISPARAD! –. La voz de Plashman se escuchó como un eco lejano.

Del mismo modo que me sentí aliviada… sentí cómo se me sobrecogía el corazón y, durante un minuto completo, dejé de respirar.

Sólo me arrepiento de una cosa: No vi a Ariel acercarse, no me dio tiempo a interceptarla, no pude evitar que viera como Vladimir era agujereado junto al Jiang Shi. Sus gritos sólo eran silenciados por las ametralladoras del nido, todas al unísono contra un enemigo que ellos creían común.

Sé que algo pasó en el nido, escuché a Goemon gritar y acto seguido todas las armas se silenciaron.


- Abby, ¿estáis bien? –. Miré a mi alrededor. No supe qué contestar -. Abby, ¿me recibes? ¿Vladimir ha sobrevivido?


Miré hacia la bola de carne y sangre en la que se habían convertido los dos vampiros, enemigo y aliado. Ariel se dejaba la vida y las fuerzas por separar los dos cuerpos, nos rogaba ayuda gritando entre llantos que no respiraba. Busqué a tientas al resto de mi equipo, Gran Jack se mantenía en pie apoyándose contra una de las vigas, agarrándose el muñón en el que se había convertido su brazo izquierdo. Ángela seguía inconsciente tras la caída, milagrosamente con una única pierna destrozada… pero viva.

- No, señor, aquí no hay nada bien.

Después de aquellas únicas palabras que pude pronunciar, sólo quedó oscuridad. Hasta que me desperté en la unidad médica. No pude recordar nada, si ganamos… o fuimos nosotros los que perdimos.




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