Todo el mundo empieza el día con una taza de café y unas tostadas; yo prefiero hacerlo con una taza de té y una sesión de meditación. El problema de dirigir una unidad paranormal y tratar a todas horas con criaturas extraoficiales es que tus problemas mentales no pueden ser tratados en un especialista.
Unas voces llegaban desde el corredor, aún no daban las ocho en el reloj y ya había alguien discutiendo con todo aquél que se topaba en su camino. Es curioso que, a pesar de todas las criaturas sobrenaturales a las que trataba continuamente, la mayoría de mis problemas venían siempre de la misma persona, una humana… ¡Abby! Cualquier problema al que me haya enfrentado desde que tomase posesión de mi cargo se volvía banal a cualquiera que inmiscuyera a Abby. Sólo una pequeña y en apariencia insignificante humana había roto el nirvana de mi vida. Sin embargo, sus peculiares formas y personalidad, me recordaban a las de mi difunto hermano, Lun; aunque debo reconocer que él no me costó tantas remodelaciones de despacho. Aún quedaban en él restos del paso de Abby tras la misión en el pueblo de Suidville, ni el mismísimo príncipe Gabriel –que venía a recibir una disculpa de la unidad y de nuestra agente en particular–, había ocasionado tantas incomodidades. Ése había sido, sin ninguna duda, el día de Vladimir: Gabriel queriendo ver a su viejo hermano de armas, Abby y sus preguntas incontestables… ¡Todo el mundo quería verlo!
Tres golpecitos suaves resonaron en la puerta. Gracias a Buda, Doris siempre tenía a bien traerme una tetera con mi taza de porcelana de color verde, mi favorita.
- Sus pastillas, señor –. No pude más que sonreírle, tenía la atención y el mimo de una madre.
- Creo que hoy voy a pasar, Doris. Prefiero tener la mente clara.
- Señor, Ángela Moliére está fuera – tomó aire y procuró que su expresión no se torciera demasiado -, y Abby también. Preferiría que las tomara ahora, me ahorraría el esguince de tener que sortear los restos de su despacho como la última vez que Abby tuvo compañero nuevo.
- Doris, esta vez será diferente – la atajé -. Abby sabe que su misión fue un fracaso y como adulta admitirá que necesita un compañero. Para eso está aquí Ángela…
- ¿Para matarse con Abby? – interrumpió con una incontrolada risa. Sólo necesitó una décima de segundo para saber que estaba fuera de lugar -. No voy a discutir con usted sus decisiones, sólo pienso que… en vez de solicitar una agente a La Bastilla como Ángela, yo les habría mandado a Abby directamente…
- Doooooriiiiisss – arrastré las sílabas elevándolas por encima de su tono de voz. Ella se silenció y yo le di un trago a mi taza de té.
- Aquí tiene el expediente de Ángela, ¿necesita alguna cosa más?
- Gracias, Doris, eso es todo. Dile a Ángela que pase y, cuando te lo pida, que lo haga también Abby.
Asintió dos veces, frunció los labios y me retiró las pastillas. Si no la conociera tan bien no sabría a la perfección cuánto detestaba a Abby, pero no tanto como que yo la sobreprotegiera.
Unos instantes después, Ángela entró en el despacho, se sentó en silencio y totalmente inmóvil mientras yo leía su expediente. Dejándolos apartados sólo para darle un sorbo a la taza de té, me asaltó su ansiedad por empezar:
- General, ¿cuál es mi misión y de qué armamento dispongo? – dijo decidida, mirándome directamente a los ojos.
- Señorita Moliére, creo que está usted confundida – alcé la mano para indicarle que no me interrumpiera -. En primer lugar, soy Director General; para dirigirse a mí hágalo en ese término, no en otro. Por otra parte, aún no es tiempo de que piense en misiones. Aún no se ha establecido ni ha entrenado con su compañero – dije volviendo la vista a su expediente.
- ¿Disculpe? – su grado de indignación me chirrió en los oídos -. ¿Compañero? Me parece que usted ha entendido mal. Me ha enviado La Bastilla porque consideraron que mis habilidades eran necesarias, pero ni tuve ni tendré compañeros.
- Compañera, para ser exactos y, por lo que sé, tenéis mucho en común. Tómelo como una experiencia instructiva, señorita Moliére.
- ¡Es mi norma! Fui enviada para… - volvió a interrumpir y yo volví a atajarla levantando la mano.
- No vuelva a interrumpirme, señorita Moliére, me tomo muy a mal las faltas de educación. Y, si pregunta por el motivo de su traslado, le diré que sus formas han dejado un largo expediente de compañeros heridos, impedidos y, en los peores casos, fallecidos. Su propia unidad se ha visto aliviada y no ha dudado en enviarla al saber que teníamos al compañero perfecto para usted. Ambos creemos que su colaboración con nuestra agente será la unión entre las dos casas. Además, será beneficioso para usted dejar enfriar ciertos sucesos sucedidos en Francia… Bueno, dejémoslo – paseé la vista tranquilamente por el despacho, deteniéndome en mi colección pictórica.
- Estoy en total desacuerdo. Va contra mis normas y, de verme obligada, recogeré mis cosas y volveré a mi país – su tono amenazante fue acompañado del impulso de levantarse dando un taconazo.
- ¿Sus normas? – di un golpe seco en la mesa y Ángela volvió a sentarse -. ¡Me importan una mierda sus normas! Usted no escucha, ¿verdad? – hice una pausa aunque, esta vez, ella no dijo nada -. Sus palabras son muy emotivas y heroicas… pero ni su emotividad me interesa lo más mínimo ni estoy sentado frente a una heroína. Puede leer su propio informe – al decir estas palabras, le lancé la carpeta y ella comenzó a ojearlo en silencio -. Como verá, es la menos indicada para exigir establecer sus propias normas: Explosiones imprevistas, destrucción del equipo, abandono del compañero, amputaciones, violencia extrema a posibles fuentes de información… no creo que haga falta que mencione los asuntos mayores, ¿cierto, señorita Moliére? Así que cállese y no me explique cómo debo de tratarla.
Esperé dos minutos a que Ángela terminara de leer su informe, terminé mi té y pulsé el comunicador para pedirle a Doris que hiciera pasar a Abby.
- Señorita Moliére, le presento a la rastreadora Abby McGonagall, su nueva compañera.
Ángela palideció y Abby enrojeció de ira. Ejercí todo mi control mental para taponar mis oídos y evitar que las malas vibraciones –y palabras– que ambas se dirigían me afectasen. Hasta que uno de los jarrones que adornaban las estanterías quedó hecho añicos en el suelo. Ángela se mostraba reprimida por mi presencia, con los puños apretados y lanzando palabras venenosas que exaltaban la ira de Abby, que se comportaba igual que un titán arrojando cosas rompibles a los pies de su compañera. Alcé la mano y ambas se silenciaron por media fracción de segundo.
- Ese jarrón costaba más de lo que ganas en un año, mi querida agente McGonagall -. Ella siseó inquieta -. Por favor, señorita Moliére, retírese y prepárese para comenzar las prácticas de campo mañana a primera hora.
Ángela pasó como una flecha hacia la puerta, ondeándose la melena al pasar al lado de Abby y ella escupió a su paso; sin embargo, relajó los hombros en cuanto se cerró la puerta tras el paso de su compañera. Le ofrecí sentarse, pero ella prefirió seguir destrozando el despacho desconchándome la pintura al apoyarse en la pared con su calzado trazando un ángulo recto desde la pared.
- ¿A qué viene todo esto, Goemon? – dijo ella mirando a un punto indefinido.
- Abby… Sabes que tenía que hacerlo. No volveré a discutir ese tema contigo, quedó zanjado tras el fracaso de tu última misión – ella resopló contrariada -. Y, hablando de tu última misión, el príncipe Gabriel viene de camino esperando una disculpa por tu parte, además de por la nuestra.
- ¿Una disculpa? ¡Vamos no me jodas! Ese cabronazo se cargó al pueblo entero sin pestañear. Se saltó un millón de normas del código y mil mierdas más, ¿de qué coño me estás hablando? Yo hice mi trabajo, me quedé a esto de matar a ese bicho – exaltó poniéndome sus dedos con una diminuta separación entre ellos frente a los ojos.
- No es cierto. Te vigilaban, estaban esperando que te matasen y, después, te usaron para dar con Vladimir; ya que es un enlace con Imperium, ahora lo buscan como sabuesos. Además, su código es diferente al nuestro por lo que, en general, no se saltaron ninguna norma. Así que cuando venga, te sentarás y le pedirás disculpas – Abby se irguió, tomando aire para seguir contrariándome, pero yo la detuve con un gesto de mano -. Y no se hable más.
Por un momento, se quedó callada sumida en sus cavilaciones y creí ingenuamente que allí quedaría la discusión… pero era Abby.
- ¿Qué es Imperium? Soy la única en este maldito manicomio que parece no saber nada de ellos, absolutamente al margen y Aracna, la “querida” bibliotecaria dijo que no tenía acceso a dicha información. ¿Qué diablos es Imperium y para qué cojones buscan a Vladimir? – hizo una pausa, supuse esperando a que le contestase, pero me limité a mirar los destrozos que había estado ocasionando nuevamente. Se acercó a mi mesa y, dejando caer todo su peso sobre sus brazos se inclinó hacia mí hasta quedar nariz con nariz -. Sólo quiero respuestas. ¡Dámelas y me calmaré! Menearé el rabo, le daré la patita al chupasangre ese y me tragaré el orgullo y a mi maldita compañera nueva. ¡Pero dame respuestas!
La miré fijamente a los ojos y ella a mí. No sé cuánto tiempo permanecimos así, pero leí más en aquellos ojos que todo lo que había hablado su boca, ¡Abby era una persona tan compleja! Sentía el huracán que había en el interior de su mente: La ira, la desesperación... inclusive el miedo. Tan profunda fue nuestra conexión que me sobresaltó el comunicador.
- Señor, el príncipe Gabriel ya ha llegado.
- Gracias Doris, hazlo pasar de inmediato.
Abby se separó de la mesa unos pasos, volviéndose a su rincón a seguir manchando la pintura de la pared con sus botas. La puerta se abrió y yo intenté poner la mejor sonrisa que pude en esas circunstancias.
- Agente McGonagall, le presento al infante Gabriel. Excelencia, espero no robarle demasiado de su tiempo. Me gustaría empezar por unas sinceras disculpas, en mi nombre y en nombre de toda mi unidad por inmiscuirnos en asuntos de Imperium. Espero que no haya sido problemático.
- Mi posición es la de príncipe, no infante. Y no estoy aquí para escuchar charlatanerías. Únicamente he venido porque me gustaría hablar con Vlad. Las imperfecciones en su equipo o de las criaturas inferiores no son de mi interés…
- Tienes los dientes demasiado largos para hablar de superioridad, te tomas demasiadas confianzas cuando ni siquiera estás en casa –. A pesar de que Abby había interrumpido el discurso del príncipe, me sorprendió que mantuviera las formas, era de lo mejor que podía esperarse de ella.
- Lo dice una criatura que no puede hacerse cargo de unos simples gusanos que tuvo que esperar la intervención de mi inferior y de mi propia persona para no ser reducida a excremento de aberración vampírica.
¡Por Buda! Todo cuanto había podido bien pensar de Abby acabó en cenizas tras aquellas palabras, ella no era de las personas a las que se aconsejara incitar. Escuché el chirriar de sus dientes y el cómo se llevaba la mano al arma que, pese a las normas, siempre portaba encima dirigiéndola al rostro del vampiro. No estaba conforme con los modales y las formas del príncipe y, en cualquier otra circunstancia, hasta habría secundado a mi agente, pero no era el momento. Un suave giro de muñeca y un rápido movimiento de dedos lanzó el abrecartas de mi mesa a través del orificio del gatillo desarmándola al momento.
- Agente McGonagall, discúlpese inmediatamente con su excelencia – le ordené con un golpe seco sobre el escritorio.
Ella inspiró con fuerza y casi podía sentir cómo se quemaba por dentro al inclinar la cabeza y bajar la mirada al suelo. Después, salió de la habitación con un marcado portazo que desestabilizó todos los cuadros del despacho. Gabriel empezó a reírse por dentro y, como acto reflejo endurecí mis facciones.
- Príncipe Gabriel…
- Sigo queriendo saber el paradero de Vlad – me interrumpió sin siquiera mirarme a la cara.
Me planteé perder todas y cada una de las buenas normas de educación que había aprendido a lo largo de mi vida pero, nuevamente, fui interrumpido por el comunicador.
- Señor, le informo de que el agente Jackson espera.
Inspiré hondo, tratando por todos los medios recuperar el equilibrio perdido. Me volví a sentar en mi escritorio y, tras hacer caso omiso a la petición del príncipe, recibí al agente Jackson y continué mi jornada laboral como si él ni siquiera estuviese presente.
El trabajo con el agente Jackson siempre resultaba satisfactorio y fácil de digerir, no era una persona tan complicada como Abby y tenía un grato sentido del humor. Creo recordar, inclusive, que una sonrisa surcaba mis labios cuando el agente Jackson se retiró. Sin embargo, ésta se extinguió tan pronto como el príncipe Gabriel volvió a hacer acto de presencia. Se levantó del sillón en el que lo había confinado y, afilando tanto sus dientes como su mirada, me dirigió una última amenaza:
- Nos veremos pronto, señor ‘director’.
Miré el reloj tan pronto como abandonó el despacho, daban con exactitud las once menos diez de la mañana. Avisé a Doris con urgencia, que apareció con mis pastillas.
- Tienes el don de la adivinación, mi querida Doris – ella me sonrió con gratitud.
- Le he anulado cualquier asunto que no sea una emergencia por el resto del día, señor y, ahora, avisaré al equipo de limpieza a ver qué pueden hacer con… esto.
- Gracias – apreté su mano y le devolví la sonrisa que antes me había dedicado ella.
Todo en la unidad transcurría a un ritmo normal, sin apenas actividad y en completo silencio. Ángela Moliére había pedido permiso para llevarse a casa todos los libros sobre la Unidad 86 y algunos de los informes más famosos que habíamos tenido; Abby descargó medio arsenal en el campo de tiro y se ofreció voluntaria para realizar el test a un nuevo armamento que había llegado el día anterior; Plashman había estado todo el día con el equipo de limpieza; a los agentes Romanoff, Jackson, entre otros, ya se les había asignado sus misiones. Aunque era un momento peliagudo para la Central, era uno de mis momentos favoritos. Una vez que habían reestructurado mi despacho, dejé que se ventilaran las malas vibraciones y encendí dos varillas de incienso. Doris me trajo una segunda tetera y, poniendo un poco de música relajante, me senté en la alfombrilla de meditación.
Todo en mi interior se fue alineando en un equilibro perfecto, aunque había algo que me perturbaba, una vibración que me mantenía pegado al suelo. Entreabrí los ojos para cerciorarme de que estaba en la posición correcta, en ese momento, me percaté de las ondas que surcaban el té; me quedé mirando como las ondas se iban intensificando, buscando en mi mente alguna explicación lógica, hasta el punto de que la pequeña taza de cerámica explotó. Me incorporé con premura, aquello no era un estado de mi mente, algo estaba pasando. Al salir del despacho, me encontré a Doris preparada para llamar a la puerta.
- ¿Qué es lo que sucede?
- Señor, acaban de llamar de la entrada. Hay un intruso en la base – Doris estaba alterada, el nerviosismo no era una de sus características, por lo que consiguió inquietarme a mí también.
- Iremos a la sala de control – dije tomándola por los hombros -. ¿Han sido avisados todos los agentes que están en la base?
- Todos, señor, algunos ya están intentando detener al intruso, pero no he tenido conexión con ellos; el resto están de camino.
Asentí una sola vez y, dirigiéndome al marco de control que estaba tras el escritorio de Doris, marqué el código de acceso. Al dirigirnos de nuevo al despacho, éste había sido sustituido por un ascensor.
- Nivel 13, sector central de control – anuncié para que el ascensor se pusiera en marcha.
Descendimos los trece niveles hasta llegar al sector central de la Unidad. Muchos dirían que parecía un estadio de fútbol, con sus monitores gigantes alrededor de toda la sala, sus cuatro torres de control intercomunicadas y hasta una sala de aislamiento. Me posicioné en la torre central con Doris a mi espalda.
- Torre 1, inspeccione los sectores de superficie – ordené e, inmediatamente, en la parte derecha de los monitores se conectaron las imágenes de todas las cámaras de seguridad -. Torre 2, los intermedios. Y torre 3, los inferiores – conforme mis órdenes iban llegando a los vigilantes de seguridad, las imágenes se iban completando en los monitores frente a mí -. Bien, ¿qué tenemos?
- Señor, un sujeto desconocido ha invadido la base. Hasta el momento, ha destruido los niveles del cero al siete, pero avanza a gran velocidad. Todos los agentes que los han interceptado han sido eliminados instantáneamente.
- ¿Dónde está Plasman? – en mis adentros, esperé una respuesta positiva ante tanto desastre.
- Hemos mandado un mensaje de aviso, pero no estamos seguros de que haya sido recibido. En este momento no tenemos contacto con el exterior, señor.
- ¿Tenemos imágenes del sujeto?
- No, señor. El sujeto destruye todo a su paso instantáneamente, no permite comunicación posible.
- Necesito saber a qué nos enfrentamos – los monitores proyectaron todas las imágenes del sector once, en el que se encontraba el intruso, pero perdíamos la conexión tan cual conectábamos -. Activar visión Dios.
El sistema de seguridad denominado “Dios” había sido creado por uno de nuestros más célebres ingenieros y había supuesto un paso adelante en el mundo de la seguridad paranormal. El sistema estaba constituido por unas microcámaras que se comportaban como gusanos, podían introducirse por cualquier rincón, aquellos a los que ninguna otra cámara podía acceder; pero, lo más asombroso de este sistema, era su capacidad para introducirse hasta en los muros. Era un sistema de visionado casi directo, en tan sólo un par de minutos podían estar en cualquier parte de la base; su único inconveniente era la mala calidad de imagen debido a su reducido tamaño.
Pese a que la imagen no era muy nítida, pudimos formar una imagen del sujeto: Era una chica de joven edad, caucásica y de una contundente melena negra. No portaba otra cosa que un mono y lo que parecía una gabardina sin mangas, no portaba ningún arma que pudiera detectarse.
- Si no porta ningún arma… ¿Cómo puede destruir todo a su paso tan rápidamente? – escuché musitar a Doris tras de mí.
Fue entonces, analizando a aquella criatura, cuando me fijé en las gafas que se sujetaba con una mano, eran unas lentes especiales que cubrían casi por completo la parte superior de su rostro: Era una criatura psíquica.
- ¡SEÑOR! –gritó Doris. Entonces me percaté de que el camino que había tomado la criatura, la conduciría hasta aquí.
- Quédate en todo momento tras de mí, Doris, no creo que estas puertas vayan a contenerla.
Tal como había augurado, la criatura no tardó más de cinco minutos en llegar hasta el nivel trece y, tal como había hecho con sus antecesores, destruyó toda barrera que la separaba de nosotros.
Al entrar, se nos quedó mirando fijamente… y yo a ella. Ahora que podía inspeccionarla pude comprobar cómo, ciertamente, no eran unas gafas corrientes, sino una máscara de lentes que concentraban toda su energía; llevaba puesto un mono negro conjuntado con una gabardina sin mangas que le llegaba hasta las rodillas; pero, lo que más llamaba la atención eran sus muñequeras y sus botas de caña alta plateadas.
- ¿Dónde está? – preguntó. Todo se sumió en un profundo silencio.
- Lo siento, señorita, no podré responder hasta que me indique a quién está buscando – le respondí levantándome desde mi posición y acercándome al borde de la torre.
Uno de los grupos de vigilancia de la torre uno salió con el armamento preparado, la rodearon y dispararon al unísono. La chica alzó un brazo con la palma de la mano abierta sin dejar de mirarme a los ojos, se creó sobre ella una especie de escudo protector que detuvo todas las balas en suspensión, cerro los dedos y todas las balas se fusionaron en una gran bola metálica.
- Desaparecer – anunció la chica y, cuando la chica abrió el puño, todos los soldados que la rodeaban estallaron, dejando como único rastro un charco de sangre.
Doris ahogó un grito y se le doblaron las rodillas hasta, prácticamente, acabar sentada en el suelo. Yo ni me inmuté, manteniendo en todo momento la mirada fija en sus ojos.
- ¿Dónde está quién mató a mi hermana?
- ¿Quién era tu hermana? – pregunté nuevamente. Aunque, he de reconocer, que a estas alturas ya me recorría una curiosidad impropia de mí.
- V-seis era mi hermana.
- ¿La niña psíquica del parque de atracciones? ¿Ella era tu hermana? - ¡Cómo no había podido relacionarlo antes! Ahora todo tenía sentido.
Me señaló con el dedo y la bola de metal empezó a flotar frente a mí… hasta que me la lanzó. Tuve el reflejo de apartar a Doris de un tirón pero, para poder esquivarla yo también, tuve que lanzarme al vacío. Pude contar como unas quince plantas hasta llegar al suelo, gracias a Buda, la caída fue suave y no me resentí.
- No le encuentro mucho sentido que busques al agente Romanoff – dije mientras me incorporaba para quedar a su altura.
- Mató a mi hermana.
- Tu hermana murió debido a su delicado estado de salud. Mi agente no la mató.
- ¡MENTIRA! – chilló y su onda de choque me lanzó contra la pared.
- ¡No! Es cierto, si te relajas puedo explicártelo. Pero de seguir por el camino que llevas me veré en la obligación de detenerte y reducirte. No permitiré que haya una muerte más en esta base.
Saqué del bolsillo interior de mi chaqueta dos empuñaduras de cuero y, bajo su atenta mirada, las activé para que se convirtieran en dos hojas laser de color violeta. No eran de gran tamaño, pero no quería matarla, tan sólo reducirla.
Ella tenía claro que no se entregaría por las buenas.
Arremetió contra mí a gran velocidad, casi podía verla levitar del suelo. No cabía la menor duda: Era una psíquica, tal como lo había sido su hermana, aunque sus habilidades eran inferiores. El bloqueo que Vlad había colocado en mi cerebro años atrás evitaba que ella pudiera predecir mis movimientos al leerme la mente; sin embargo, conseguía evitar la mayoría de mis ataques y, en alguna ocasión, llegó a golpearme. Era muy poco frecuente que alguien consiguiera arrinconarme en un cuerpo a cuerpo, su cuidado entrenamiento militar hacía mella en mi edad y en el acomodamiento que me había ofrecido mi cargo en la dirección general… pero no en mi experiencia.
Le permití que ella siguiera atacando en delantera retrocediendo a sus embestidas mientras yo buscaba sus puntos débiles. El combate se estaba alargando demasiado, pero no quería perder una fuente de información tan valiosa. Entonces recordé un pequeño truco…
- Control Central, amplía gravedad en el sujeto desconocido, código 2b3z.
El sistema gravitatorio que existía en la base aumentó la gravedad sobre ella aplastándola contra el suelo, era el mismo sistema que había usado minutos atrás al saltar de la torre pero en proceso inverso. Sólo existía un problema, el controlador no estaba preparado para sujetos psíquicos, no existía la certeza de que ella pudiera contrarrestar el influjo con su actividad. Pero poco más me quedaba pon intentar.
Al principio resistió la presión, tanto que creí que no haría efecto en ella, pero a medida que se incrementaba la gravedad ella se fue encorvando y el suelo se agrietó haciéndose un agujero que parecía fusionarse con ella.
- ¡Bastardo! ¡Te mataré! – dijo con los dientes apretados y encharcados en sangre.
- Escucha, no soy tu enemigo… ni Vlad tampoco. Puedo mostrarte el informe de tu hermana si es lo que necesitas para convencerte de que no fue asesinada, fue una muerte natural.
- ¡MIENTES! – gritó -. Ella estaba bien cuando escapamos y la vengaré, cuando me libere te mataré.
Entendía sus razones y su desconfianza, ella nos culpaba más por desconocimiento que por pruebas que pudiera aportar, pero no dejaba de ser su familia. Decidí ponerme en su lugar y atenué aún más el tono de mi voz.
- Entiendo que no quieras creerme, pero entiende esto: Has destruido nuestra base y aniquilado a mis hombres, sabes cuáles son tus debilidades y sabes que podría haberte herido de muerte… y no lo he hecho, sigo sin hacerte nada – me di la vuelta, hacia las torres de control -. Central, desactiva la gravedad sobre el sujeto desconocido y anula el código 2b3z.
Se irguió de manera instantánea en cuanto el código se desactivó y, al toser, escupió la sangre que le llenaba la boca. Su mirada se clavó en mí, una mirada perdida y desconcertada, supuse que no estaba acostumbrada a que la trataran razonadamente, debía de venir de algún laboratorio en el que no serían más que cobayas. Comenzó a llorar, como si realmente hubiera podido leer mi pensamiento, cayó de rodillas y se ahogó en su propio mar de lágrimas hasta perder por completo el conocimiento.
- ¡Señor! – uno de los guardias de la torre dos se acercó a mí rápidamente -. El traslado del sujeto a la unidad de contención está preparado.
- No la encerraré en la unidad de contención. No es una criatura peligrosa, tan solo está perdida, sin rumbo... alguien que sólo busca respuestas.
- ¿Y… qué haremos con…?
- Llévenla a la enfermería, esperaremos a que regrese Plasman y el agente Jackson para que puedan tratarla. Y avisen también al agente Romanoff, le necesito aquí cuando despierte.
- A sus órdenes, señor.
Prohibí a todo agente acceder al recinto médico para evitar que pudiera sentirse encerrada o en peligro, excepto a uno, aquél que la recibiría. El agente Jackson, médico de la Unidad, poco pudo hacer por ella; la gravedad de su estado no radicaba en las heridas de su cuerpo (que eran mínimas), sino en su mente, la presión gravitatoria y sus poderes enfrentados la habían destrozado por dentro.
La chica despertó unas horas más tarde en la única compañía del agente que había enviado.
- ¡Buenas bella durmiente! Parece que has liado una buena: Has dejado media base sin agua corriente ni luz eléctrica y seguro que Plasman está que echa humo al ver lo que has hecho con su arsenal militar.
- ¿Quién… quién eres tú? – tal como era de esperar, ella ni siquiera conocía el rostro de Vlad.
- Soy a quien buscabas, Vladimir, el último que vio a tu hermana Valentina con vida.
- ¿Valentina? Ella se llamaba V-Seis.
- Ése era su nombre experimental pero ella era una chica llena de vida que sólo quería ser feliz, se merecía un nombre bonito – Vlad retiró la mirada de la chica y se tomó unos segundos antes de continuar -. Sus poderes psíquicos eran demasiado fuertes para ella y su cuerpo colapsó, pero… pero ella sólo quería ver las luces que tenían los parques de atracciones, subirse a la montaña rusa, vivir fuera de aquella vida en la que no era más que una letra y un número.
Se hizo el silencio entre ambos, Vlad cerró los ojos y la chica se incorporó en la camilla.
- Es lógico que pienses que ella murió asesinada – le dijo Vlad volviendo a mirarla a los ojos -. Me han dicho que tienes su misma habilidad, puedes leer mi mente completamente si eso te ayuda a comprender. Es la única respuesta que puedo darte y sólo ella lo hizo antes. Sólo te pido que, veas lo que veas, no te asustes y, por favor, no se lo cuentes a nadie.
La chica asintió una sola vez, Vlad acercó su asiento a la camilla y la chica se sentó para situarse frente a él. Vlad tomó delicadamente sus manos y las colocó a ambos lados de su cara mientras que ella se inclinó para colocar su frente en la de él.
Plasman y yo los observábamos desde las pantallas en mi despacho, ninguno de los dos contó jamás qué fue lo que ocurrió en aquel trance, aunque no fuera eso lo que más me preocupaba.
- Plasman, lo has visto, ¿cierto? – él se quedó en silencio -. La chica tiene la misma marca que los hombres lobo del parque, por fin tenemos a alguien que nos dé respuestas.
- La pregunta, señor, es: ¿Accederá a colaborar? Yo mismo me ofrecería a sonsacarle la información si no fuese un bicho raro como ese monstruo chupasangre.
No dudaba de sus palabras, puede que Plasman aparentara tener un carácter amigable y, en algunos casos, cayera hasta simpático; pero no dejaba de ser un sanguinario que adoraba los tiempos en los que torturar a sus víctimas era la orden del día en su puesto de trabajo.
- Prefiero pensar que, tras la colaboración del agente Romanoff, nos verá como sus aliados y no como enemigos. Así que, por ahora, actuaremos como simples observadores – él asintió y los dos nos quedamos mirando las pantallas -. Y, si me hace un favor, aléjese de ella. Aunque también tenga usted un bloqueo mental sus formas podrían intimidarla.
Plasman tomó aire y abrió la boca pero se vio interrumpido por la imagen en primer plano de la chica llorando y el cómo, las manos que habían estado apretando el rostro de Vlad, se deslizaron hasta acabar rodeando su cuello en un abrazo.
- No le necesitaré más para esta misión, Mayor Plasman. Acate mis órdenes hasta que no le comunique lo contrario.
- Señor – me saludó al estilo militar y yo le correspondí viéndole cómo salía del despacho.
Vlad había tomado a la chica en brazos y salió con ella de la base. Sé que los acompañaron el agente Jackson y Abby, supuse que a beber en algún pub de los que solían frecuentar. Al día siguiente, Vlad llamó para pedirme unos días de permiso, realizaría un viaje junto con la chica. No me negué, accedería en todo lo que fuera retenerla cuanto más tiempo mejor, aunque eso me costara un par de agentes fuera de servicio. Al regresar pidió hablar conmigo con urgencia y me temí lo peor.
- ¿Qué es lo que ha sucedido, agente Romanoff?
- Señor, sé que no estoy en condiciones de pedirle nada, pero me gustaría pedirle un favor.
- Y… ¿de qué se trata ese favor?
- Me gustaría que aceptase a Ariel en la Unidad y, a ser posible, acogerla como mi compañera.
- ¿Ariel?
- La hermana de Valen… V-Seis, señor.
Lo medité por un par de minutos, tenía mis dudas sobre lo que pudiera acontecer, no era algo que estuviera en mis planes. Pero mi intención era mantenerla cerca como fuente de información y ella no consentía en estar con nadie más que con Vladimir, no era tan mala idea después de todo.
- Está bien, Romanoff. Dile a… a Ariel, que necesitaré legalizar su situación. Ocúpate tú del resto, enséñale la Unidad, proporciónale su equipo y comenzad cuanto antes las prácticas de campo. Y, por favor, asegúrate de enseñarle que la violencia contra otros compañeros o contra la infraestructura de esta base no es necesaria, hay otros métodos para arreglar las diferencias.
- Sí, señor, descuide – contestó evitando lo máximo que pudo reírse en mi presencia.
No sé qué nos depararía el futuro y si mis decisiones habían sido correctas o nos proporcionarían más quebraderos de cabeza pero, por el momento, Ariel se había convertido en la sombra Vlad, se integraba con facilidad y él tenía una nueva pupila que ocupaba todos sus pensamientos y a la que protegería con su propia vida.
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