Episodio 05 - Informe 5410 – Peligro Natura

Salí de casa temprano para llegar pronto a la base. En hora punta, aquello se convertía en un hormiguero bullicioso y te podías tirar más de media hora en los pasillos saludando a unos, chocando con otros… a mí me gustaba llegar cuando los pasillos estaban vacíos y a lo único que olía era al café recién hecho de Doris. Sólo había una persona más madrugadora que yo.

Abby salía soltando maldiciones por la boca como si fuera una serpiente venenosa y no contenta con el portazo que le había pegado a la puerta del señor director, centró su furia desenfrenada contra la máquina de agua –que milagrosamente aguantó la embestida sin reventar–. Cuando el campo de destrucción masiva en el que se había convertido Abby se disipó por las escaleras, me acerqué a la encantadora Doris. Ella me recibió con una amplia sonrisa y un espléndido “¡Buenos días!”.

- ¡Buenos días, Doris! – miré el desastroso final de la máquina de agua y ella siguió mi mirada -. Este tornado me resulta familiar… Compañero nuevo, ¿verdad?
- Sí, compañera – rió Doris.
- Declararemos zona roja, entonces. En fin… ¿Puedo entrar ya o hay que esperar a los decoradores zen?
- Pasa cielo, aunque el jefe está con una visita especial – su tono era amable, pero el gesto de su boca se torció contrariado.
Le hice un gesto con la mano a modo de despedida y entré al despacho no sin antes llamar a la puerta.
- Adelante, Jackson.



Di un paso hacia atrás al ver el despacho, desde luego, el ataque/derribo de la máquina de agua no era nada en comparación a como había acabado el despacho del director. Debí dedicarme a la decoración de interiores, con Abby cerca, mis hijos podrían ir a las mejores universidades y habría saldado mi hipoteca en la mitad de años. Tanto el director como su visita se me quedaron mirando seriamente, con las mandíbulas tensas y los ojos entrecerrados, casi parecía que hubieran estado masticando raíces de árbol. Esa era una de las pocas cosas que no soportaba.

La visita especial era un hombre joven, vestido con traje de chaqueta y corbata, apestaba a sangre y por su olor y tez pude deducir que era uno de los príncipes. Me di cuenta de que el tipo me estaba examinando de la misma manera que había hecho yo. Goemon soltó un resoplido y se apretó los ojos por debajo de sus gafas de sol.

- Agente Jackson, éste es el príncipe Gabriel. Estaba recibiendo nuestras disculpas por entrometernos en temas de Imperium en este momento – dijo muy seriamente. Yo simplemente asentí.
- ¡Un natura! – exclamó -. Además de vampiros proscritos también tienen plantas en esta mala imitación de organización.
- Es usted tan simpático como Vlad – contesté yo forzando una sonrisa -. Pero supongo que no estoy aquí para ver unas patas de gallo a las que le vendría bien un poco de aloe vera. ¿Para qué he sido llamado, señor?
- El mercado Banshee está siendo el centro de varias desapariciones. Hemos recibido llamadas del consejo Ray, por lo que tenemos que actuar ya, pero en estos temas prefiero la discreción. He pensado que un natura como tú arreglaría las cosas de la mejor forma posible.
- ¿Un natura investigando un mercado de criaturas? Seré un pez en el agua. Me pondré a ello de inmediato – el director general asintió esbozando una leve sonrisa, antes de salir por la puerta me giré y mirando al principito le pregunté a Goemón -. Puedo traerle alguna espada encantada o un ojo de duende asado si lo desea, señor. No todos nos comemos las cosas mientras aún patalean.

Cerré la puerta tras mi paso y suspiré pasándome las manos por la cara.

- Tranquilo, cielo – oigo a Doris desde el otro lado de su escritorio -. Ni tú ni yo limpiaremos ese desastre.
¡Adoro a esa mujer! Nunca he entendido por qué Abby la pone siempre a bajar de un desfiladero.

Antes del mediodía ya me encontraba ante las puertas del mercado Banshee. No todo el mundo podía entrar a sus anchas a un mercado mágico, era necesaria una invitación de alto rango. Por suerte, la mía corría por mis venas. Un grupo de súcubos custodiaban la puerta, alimentándose de los humanos que cotilleaban demasiado cerca.

- Cariño, ¿quieres placer? – me preguntó una de ellas.
- Lo siento, estoy felizmente casado – contesté apoyando la mano en la puerta para mostrar mi naturaleza.

Y, cual cueva de ali baba, las puertas se abrieron descubriendo el gran mercado Banshee. Un mercado de criaturas siempre es agradable a los sentidos, pero éste tenía la particularidad de concentrar todo tipo de variedad. Podías encontrar de todo: Desde puestecillos de ojos de tritón a la salsa de sirena, ungüentos de los elfos, los enanos con su maravillosa forja, las brujas y sus… bueno, sus trueques son algo peligrosos, pero sus pociones siempre son efectivas, e innumerables criaturas que se distribuían por las callejuelas del mercado.

Se me dan muy mal los comienzos, así que empecé la investigación por los elfos (siempre es más fácil sacarle información a un elfo que a un troll). Me acerqué a un stand que daba a probar pastillas de corteza, cogí una y me la restregué por las manos.

- Veo que tenéis la corteza a muy buen precio.
- Es lo mejor y más natural que encontrará un natura como usted, se lo garantizamos -. ¡Qué iba a decir un elfo! Casi se podía decir que tenían sabia en vez de sangre en las venas.
- Y… ¿Puedes decirme algo de las desapariciones que ha habido por aquí últimamente?
- ¡Yo no sé nada! – dijo nervioso arrebatándome la pastilla de corteza de las manos -. Y preferiría que se marchara, no quiero problemas. Si quiere hablar con alguien, hágalo con el consejo de enanos. Son ellos quienes dirigen este mercado.

Un mal comienzo, pero al menos ya sabía a dónde dirigirme ahora. El stand de forja de los enanos siempre me trae buenos recuerdos, mi anillo de bodas lo encargué a un joyero enano y sus palabras no se me habían olvidado “Irrompibles. Si lo destruye, le devolvemos el dinero”, eso sí que era una promesa para toda la vida.

El sitio desprendía un calor un poco desagradable para la época, pero la enorme caldera con sus tubos de cobre, los enganches de acero y las ruedas de madera no era algo que pudiera meterse en cualquier rincón.

- ¡Hola, compañero! Menudos cuchillos tenéis aquí, estos son de los que no tienes que volver a afilarlos en la vida – traté de iniciar una simpática conversación con el dependiente, pero éste me miraba con el ceño y los labios fruncidos -. ¿Cuánto me saldría un juego con una dedicatoria para mi suegra?
- Depende – respondió el enano.
- Y, ¿de qué depende?
- De si me vas a hacer perder el tiempo o no – estrechó los ojos y juré que casi podría atravesarme con uno de sus cuchillos.

Se levantó de su silla y se metió dentro, dejando el stand solo. Un enano podía permitirse ese lujo, dudo que hubiera alguien tan estúpido como para robarle un tenedor porque, lo más probable, es que acabaran pillándole y sacándole los ojos con ese mismo tenedor. Decidí dejarme de juegos o no saldría de allí en todo el día.

- Busco hablar con el consejo Ray – grité para que me oyera, ya que se podían escuchar los golpes metálicos desde fuera.

Cuando el enano volvió a salir, le enseñé la identificación de la Unidad 86. Un poco a regañadientes, abrió la cortinilla que conducía al interior y me hizo bajar por unas escaleras de piedra. El calor se iba incrementando al acercarme al nivel inferior, la fábrica; enanos llevando montañas de metal fundido y otros martilleando la nueva forja sin descanso. El enano se dirigió hacia una de las plataformas donde se encontraba un cuerno de cobre. El sonido se elevó por encima de los martillazos metálicos y todos los enanos se detuvieron. Existe una leyenda que dice que el rango de los enanos se mide por la longitud de sus barbas, quizás por eso, cuando vi que un grupo de siete enanos cuyas barbas trenzadas les llegaban hasta los pies, me dirigí hacia ellos.

- Disculpen las molestias, caballeros. Busco algún tipo de información o pista sobre las desapariciones que ha habido por estos lares en las últimas semanas.

Ninguno dijo nada, por más de dos minutos enteros se quedaron callados, mirándose unos a otros para acabar mirándome a mí con el mismo mal gesto con el que me había mirado el enano del stand. Finalmente uno de ellos, con cierto regodeo en la voz, me soltó:

- Se supone que para eso estás tú aquí. ¿Pensaste encontrar el trabajo ya hecho?

Salí tal cuál entré: Sin información y sin ningún cabo del cual tirar; bueno, no del todo igual, seguramente, con diez litros menos de agua en el cuerpo.

Ningún sitio mejor para reponer líquidos que la ‘Cantina del Kraken’, por mucho que las telarañas y las ratas fuera lo más lindo que podías encontrarte allí.

- Amigo – llamé al camarero con un gesto de mano -. Una botella de sabia de alce viejo.
El camarero me lanzó una botella polvorienta que se te quedaba pegada a la mano. “¡Menudo asco!”. Estaba empezando a desesperarme, no solía perder los papeles pero me veía perdiendo el día yendo de un sitio para otro como una marioneta, a mí me gustaban las cosas rápidas.

- ¡Ey Froid! ¿Has visto a las brujas esta mañana? Estaban más que alteradas. Parece ser que ha desaparecido una de sus hermanas -. Por suerte para mí, siempre hay algún duende bocazas suelto.

Lo elevé por los hombros hasta ponerlo a la altura de mis ojos mientras dejaba la botella sobre la barra. Al verme, él trato de resistirse, pataleando hasta agarrar la botella para rompérmela en la cabeza, fue tan sólo un par de segundos después de que mi piel se transformara en roca. ¡Genial! Ahora estaría pringoso el resto del día.

- ¡Oh, mierda, un natura! – exclamó el duende con una mueca horrorizada.
- ¡Oh sí! Menuda mierda en la que te has metido, colega – le contesté yo. Le agarré por el pescuezo y lo tumbé sobre la barra.
- Mira tío, yo no sé nada…
- No me convences – le apreté más, dejando que la dureza de mi piel lo estrangulara.
- ¡LO JURO! – gritó -. Lo único que sé es que quienes desaparecen habían visitado recientemente el pasillo Bodeler. No sé más, tío… en serio.

Lancé al duende al suelo e, inmediatamente, un remolino de minicriaturas se acercaron a su alrededor. Dejé el dinero de la botella sobre la barra y, tras enjuagarme la cara de sabia salí sin mediar palabra. Ahora me sentía mucho mejor, con información y desahogado.

El pasillo Bodeler es un callejón negro, son conocidos por sus tiendas de magia negra y sus vendedores ilegales asaltándote en cada esquina. En todos los mercados siempre hay uno, en las zonas más alejadas de la entrada y los rincones más lúgubres. Sabes que estás en uno de ellos cuando lees el cartel que reza: “Nadie nace sordo ni ciego ni mudo”, lo cual significa que nadie va a meterse en los asuntos que te han llevado hasta allí… y que tú tampoco deberías hacerlo.
Nada más poner un pie dentro del callejón un tipo se acerca rápidamente a mí.

- ¡Eh, tío! ¿Quieres ojos de hada? Dos al precio de uno, ¿qué me dices? – se abrió la gabardina, estaba raída y los ojos que llevaba encima estaban amarillentos y apestantes.
- Eso no son ojos de hada, estás intentando timarme. ¡Lárgate de aquí antes de que avise a un troll o algo peor!

El tío salió despavorido hacia el interior del callejón como una rata asustada. Solo nuevamente, me senté en el suelo descubriendo mi naturaleza, la única manera de poder entablar un vínculo con Gaia que nos permitía actuar como sonar, sintiendo todo lo que sucede a nuestro alrededor. Perdí la noción del tiempo, no sé cuánto tiempo estuve allí sentado hasta que detecté un cuerpo muy cerca de mí. No era mágico sino humano y portaba grandes cantidades de metal y pólvora. No reaccioné, seguí sus movimientos sigilosos por los tejados, hasta que se situó sobre mí, preparado para dispararme. En el momento en que lo hizo, rodé para esquivar la bala y, posicionándome a unos metros de seguridad, entré en contacto con la roca que componía las tejas haciendo que se desplomaran.

El movimiento lo lanzó contra el suelo como si fuera una cama elástica, quedando boca abajo y desprotegido. Sin embargo, el hombre se repuso rápidamente, se irguió y comenzó a correr.

- ¡Ya eres mío! – al alcanzarle, le propiné un uppercut en la mandíbula, dejándolo inconsciente sobre la mugre de la parte de atrás de uno de los establecimientos.

Comprobé que no estuviera muerto, sólo inconsciente y me apresuré a llamar a la central.

- Central, aquí Gran Jack, misión concluida.
- Agente Jackson, aquí central. ¿Necesita equipo de limpieza?
- No. Era un único individuo, un objetivo sencillo que ha provocado destrozos mínimos. Que Plasman finiquite el resto.
- Recibido, agente Jackson. Buen trabajo. Pase un buen día.

Lo habría sido de no ser porque el tipo se despertó mientras hablaba con la central y, al girarme hacia él de nuevo, colocó en mi pecho una bomba plástica que hizo explotar. Salí disparado hacia atrás, atravesando el muro de uno de los comercios. El dependiente salió corriendo hacia el interior de lo que quedaba en pie del local, gritando y sin pararse a echar una mano.

- ¡Monstruo! Eso es lo que sois tú y los de tu raza: Monstruos, aberraciones, hijos del diablo. Los apóstoles acabaremos con todos vosotros.
- ¿Apóstoles? ¿De qué me estás hablando?
- Somos los hijos de los primeros hombres. Cuando la tierra esté purificada, Dios reabrirá las puertas del Edén para sus hijos. Pero para eso… ¡Debes morir!

No sé dónde diablos la llevaría, pero de repente tenía una ametralladora que disparaba en mi dirección. Salté detrás del mostrador de la tienda, que fue lo suficientemente resistente como para parar las balas; sin embargo, no corrieron la misma suerte los botes e instrumentales que había en las estanterías, que cayeron sobre mí hechos añicos.

Sabiendo quién era mi enemigo y ya que se mostraba receptivo, seguí sonsacándole información para intentar llegar a una negociación pacífica.

- ¡Espera, tío! No soy tu enemigo. Pertenezco a una organización del Gobierno, soy un agente gubernamental. Escucha, si bajas las armas y te entregas pacíficamente, hablaré en tu defensa para que no te caiga mucho de cárcel.
- ¡Para Dios no existen gobiernos! – y arremetió nuevamente con la metralla.

Visto lo visto, decidí avisar de que la misión seguía en activo antes de que se presentase Plasman por aquí y viera todo el follón. En ese momento me di cuenta de que mi intercomunicador no estaba, seguramente habría salido disparado en la explosión. Ahora estaba en un contrarreloj para desarmar al tipo yo solo.
Lo bueno de estar en un callejón negro es que siempre hay cosas interesantes que no podrías encontrar en otro lugar, en este caso no me costó mucho encontrar entre todo lo que se había roto sobre mi cabeza un colmillo de dragón y baba de salamandra, un coctel explosivo que me resultaría muy útil a la hora de neutralizarle.

Aplasté un poco el diente de dragón y lo metí en uno de los botes con la baba de salamandra, los agentes químicos empezaron a burbujear y a expedir gases. Me incorporé y se lo lancé a los pies. La honda dejó el local en llamas, royendo la madera del suelo formando un agujero hacia el nivel inferior. Era ahora o nunca. Salí de la casa de un saltó, encontrándome al tío en el suelo, escupiendo sangre por la boca y la nariz. Le pegué una patada en la mano para desarmarlo y fui a pegarle un segundo golpe en la mandíbula pero, antes de que llegara a hacerlo, él sacó un machete del cinturón que consiguió atravesarme la piel; no mucho, tan sólo una herida superficial… pero me había herido.

Aproveché la subida de adrenalina que me produjo el escozor de la herida y comencé a mandarle golpes intentando esquivar el machete, mientras él hacía lo propio. Era un todo o nada hasta que uno de los dos cayese.

Lo subestimé demasiado, era más que evidente que aquel tío tenía una formación militar, tal vez también en artes marciales. Aprovechaba los ganchos que le mandaba para abrirme pequeñas incisiones en las manos y los brazos con el machete y, cuando consiguió descolocarme al no poder articular uno de los dedos, se posicionó de forma que mi brazo quedara por debajo suyo y apoyando mi codo en su hombro me partió el brazo. Me tambaleé sujetándome el brazo tratando que volviera a su posición normal, momento que aprovechó para rebanarme media cara con el dichoso machete, llevándose el ojo izquierdo por delante.
Ciego y sin un brazo iba a ser la presa más fácil de la historia, así que no me quedó más remedio que emplear uno de los ataques menos ortodoxos: El erizo, un ataque de defensa que tiene mi gente que hace que nuestro cuerpo se llene por completo de finas agujas de piedra. Me lancé contra él con toda la fuerza de mi peso atravesándole con las espinas. Cayó al suelo, balbuceando unas palabras sobre el edén y la venganza de Dios mientras se desangraba.

La cara que puso Plasman cuando llegó fue un verdadero poema.

- ¿Qué cojones ha pasado aquí, agente Jackson? Creía que había sido una misión sencilla.
- Lo siento general, creo que al final sí hará falta que llame al equipo de limpieza – le sonreí y, dejándoles con el pastel, me dispuse a regresar lo más rápido que pudiera a la central.

Para cuando llegué, ya había recuperado más del sesenta por cierto de la visión, pero necesitaría un mes para que mi brazo volviera a estar en óptimas condiciones. Llamé a casa para decirles que no se preocuparan, que estaba bien y que iría a tomarme unas copas con Abby antes de volver a casa.

Abby me esperaba fuera del despacho, con una expresión retorcida en la cara y su mirada cínica.

- Parece que te han hecho un buen apaño – rió.
- ¡Déjame en paz! No soy yo a la que le han asignado una muñequita vudú de compañera.
- ¡Cállate si no quieres que te parta el otro brazo!


INFORME CERRADO

0 comentarios:

Publicar un comentario

Si eres nuevo lee los primeros informes, pulsando Entradas antiguas