Episodio 03 - Informe 5402 - La prueba de Goemon



Después de unas semanas de baja, tocaba el turno de volver al trabajo. Pero no sin antes pasar por el despacho del director general. No era de esos jefes malhumorados que se dedican a hacer la vida imposible, de hecho, estaba convencida de que no era una mala persona; simplemente, en ocasiones resultaba un tanto… estirado.

Para bien o para mal, me conocía el camino como la palma de mi mano pero, siempre que llegaba a la antesala circular que precedía a los diferentes despachos, se me activaban todas alarmas. Miré a Doris, la simpatiquísima secretaria de Goemon. Ella dejó de teclear el teclado con sus uñas de porcelana de veinte centímetros y me miró por encima de sus gafas de secretaria de los ochenta, hizo una mueca reprimida con los labios y exhaló una bocanada de aire.

- Buenos días, Doris. ¿Está libre el jefe? – Una cortesía por mi parte, como pocas se podían escuchar de mi boca en aquel lugar.

- Para una guarra como tú nunca está libre. Y si lo que preguntas es por su disponibilidad, tampoco; el agente Jackson está reunido con él. – La simpatía de Doris sólo era superada por la talla de su cintura.
Doris siguió a lo suyo y yo me senté en una de las sillas a esperar. ¡Más de tres cuartos de horas! Ni que estuviera afilando la espada de nuestro querido nipón. En ese mismo momento, se abrió la puerta. El agente Jackson apareció tras ella, nuestro querido Gran Jack. Su alta estatura y su piel oscura provocaban que muchos cruzaran de acera para no toparse con él; sin embargo, podía garantizar que Jack era el tío más simpático que había conocido y, además, era todo un padrazo. Los días libres se iba con su familia de acampada y no era raro que se sacara un par de horas a la semana de los entrenamientos con tal de llevar a su hijo a jugar al baloncesto.


- Gran Jack, ¡eres el negro más apestoso que me he echado a la cara jamás! – le saludé con un golpe en el brazo.

- ¡Ey, Abby! ¿Ya te sacaron del hospital? Creí que la paliza que te di en la cancha te mantendría fuera de juego por más tiempo.

- Hace falta algo más que un par de golems para sacarme de juego. Pero podemos echar la revancha un día de estos.

- Tendré que pasar. Le prometí a mi hijo que esta semana sacaría tiempo para que fuéramos al cine -. Una vez más, Gran Jack ejerciendo como padrazo… y yo tuve que criarme en un barrio del Bronks.
Ambos nos quedamos en silencio y yo eché un rápido vistazo a la puerta cerrada del despacho de Goemon.

- ¿Está dentro? – era una pregunta retórica y casi estúpida pero, al menos, sacaría algo de información sobre el humor del jefe.

- Te espera. Estaba tranquilo pero parecía algo… irritado. ¿Rompiste algo en la última misión?

- Sólo tu corazón, Jack, sólo tu corazón.
Ambos nos reímos y él se despidió con un gesto de cabeza. Yo inspiré hondo y, poniéndome seria, me dirigí hacia la puerta sin esperar la llamada de Doris. Si me iban a echar la bronca, prefería que fuera cuanto antes.
El despacho parecía sacado de una de esas películas orientales, Goemon adoraba el rollo del feng shui. La habitación en una perfecta armonía entre el claro oscuro y el asqueroso olor intenso de incienso que nunca había podido soportar. Otra de las cosas a las no llegaba a acostumbrarme, es que recibiera a todo el mundo sentado en el suelo, ignorando y pendiente de todo cuanto sucedía a su alrededor al tiempo que purificaba una espada que, según contaba, perteneció a un honorable antepasado. Goemon dejó escapar un suspiro cansado cuando cerré la puerta a mis espaldas.

- Siéntate, Abby – él se levantó y recogió de una de sus mesas bajas unos documentos.

Yo me senté en una de las sillas frente a su escritorio y él comenzó a servir el té en una taza de porcelana china. Se mantuvo en silencio, terminó de servirse el té y procedió a sentarse en el sillón tras el escritorio de espaldas a mí, como era su costumbre.

- Abby, ¿tú me odias?

- Goem…

- Señor director o Señor Ishicawua. ¡Te he dicho mil veces que no me llames por mi nombre de pila! – alzó, tan sólo, dos grados de su voz; en él, es como si te hubiese pegado un bufido.
Inspiró hondo nuevamente y se encendió un cigarro mientras que su mano diestra seguía manteniendo su taza de té. No podía ver sus ojos, ya que siempre llevaba sus gafas de sol puestas, pero me atrevería a decir que había rabia en sus ojos… sí, estaba segura de que estaba muy enojado.

- Dime una cosa – dijo con su acostumbrado tono tranquilo y sosegado -. ¿Sabes cuál es tu puesto

- Soy una agente de doble filo.

- ¡No! Eres una agente simple y, en particular, una rastreadora. Buscas pistas, informas y te retiras; ¡Ahí es donde termina tu trabajo! Tú… y escucha bien esto, tú no eres una maldita agente de doble filo.

- Goe… Señor director, he demostrado ser merecedora de ese rango. Yo sola he terminado exitosamente varias misiones en el tiempo que he actuado en solitario, actuando como rastreadora y cazadora, es decir, como una doble filo de lo más eficiente.

- ¿Eficiente? ¿Llamas a tres compañeros muertos, dos coches en siniestro total y uso indebido del arma de fuego, eficiencia?

Ojeó los informes que había cogido antes y luego los lanzó sobre la mesa, las listas de daños y las facturas eran extensas. Volvió a girar su sillón hasta quedar de nuevo de espaldas a mí, repitiendo el suspiro cansado.


- Abby, eres una gran rastreadora y si me tiras de la lengua diría incluso una excelente rastreadora. Pero, admitámoslo… eres una pésima cazadora, no es lo tuyo. Y que conste que sé que das el cien por cien por serlo pero… de todas las misiones en las que te permití actuar como una doble filo, ¿cuántas ha tenido que ir Plashman a salvarte el trasero? Ahí están los informes, Abby – hizo una pausa.
Yo tuve que morderme la lengua para no soltar una grosería de las mías, llegados a este punto, no tenía excusas lo suficientemente creíbles. Goemon giró lentamente su sillón y me miró tras sus gafas de sol.


- Hasta que no te encontremos un compañero lo bastante resistente, estarás de baja médica – sentenció.

- ¿QUÉ? ¡Venga no me jodas! – y ahí decidí dejar de morderme la lengua -. Tienes que reconocer que trabajo mejor sola que en equipo. Todas las misiones acabaron cumplidas y con los informes cerrados. Si llamé a Plashman fue porque es como cualquier otro agente habría actuado en mi situación y aclaro, señor director, que actué según el reglamento y eso está escrito junto con una copia del mismo en los informes.

- No hay nada más que discutir – mientras yo estaba completamente exaltada, Goemon mantenía su serenidad -. Entrégame tu arma y vete a casa a descansar

- Dame una oportunidad, sólo una. Si me equivoco aceptaré que llevas razón y no actuaré en solitario durante un tiempo, aceptaré a cualquier compañero que me impongas…

- Esto no es un concurso. No voy a darte una misión para que demuestres lo chula que eres.

- Por favor…

- Si a todo el mundo que viniera aquí a pedirme favores se los concediera, entonces no estaría sentado en este sillón.

- Sólo una misión más y te prometo que no te arrepentirás.

- Lo meditó por unos instantes que, a mí, se me hicieron eternos.

- Está bien, está bien… te dejaré actuar en una misión de agentes de doble filo – rebuscó entre sus cajones -. En teoría, debería ser sencilla, búsqueda y eliminación del sujeto. Doris te dará las coordenadas de tu misión, mientras llegas, te enviaré los datos necesarios. Y Abby… por tu bien, no me falles – para muchos, podría sonar como una amenaza en toda regla; sin embargo, yo sabía que era su manera de darme suerte.

- Descuide, no se arrepentirá – asentía con la cabeza incansablemente mientras intentaba no esbozar la sonrisa de oreja a oreja que luchaba por marcarse en mis labios.

- Ahora vete – dijo Goemon.

Balas especiales en mi pistola y la artillería pesada en el maletero del coche, por si la cosa se ponía fea, el bonito porche del jefe que me había prestado por tener el mío en el taller. Otra razón más por la cual debía volver sin un rasguño.

Mi destino era un pequeño pueblo sureño llamado Suidville. Uno de esos encantadores pueblos de montaña que estaba siendo atacado por un niño demonio, o lo que es lo mismo, un vampiro transformado a una corta edad que no sabe controlar su sed. Goemon no se equivocaba, era una misión simple y sencilla.
Sólo había una cosa que me irritaba de aquel lugar: La falta de cobertura y el difícil acceso por carretera. Era de esos sitios que no salían en los mapas y que ni los mejores GPS ni satélites del tío Sam pueden ayudarte diciendo la típica: “Ha llegado a su destino”. Pese a eso, el sitio me encantaba: El aire fresco de la montaña, el bosque y la montaña cosidos por un grisáceo río cristalino, donde no existe la polución que hay en la ciudad. Además, en un bosque, todo se convierte en arma.

Suidville estaba demasiado tranquilo. Había personas que recorrían las calles pero, con forme me veían pasar con el coche, se encerraban en sus casas o en las tiendas cercanas. No estaban muy acostumbrados a las visitas. Aparqué el coche lo más céntrico que encontré: La mismísima plaza del pueblo, que no era otra cosa que una plazoleta con unos cuantos árboles, columpios para los niños y una estatua de algún soldado sureño que arrasó los poblados indios para construir el pueblo. Todas las estatuas son siempre iguales: Un blanco con bigote, gorro y su sable en la mano para demostrar que era un hombre con don de la palabra.
Un fuerte olor a podrido invadía el pueblo, lo más seguro es que las víctimas aún siguieran por las calles, escondidas o a plena luz del sol. Era el momento de buscar pistas que me llevaran hasta el devil kid. Tanto el ayuntamiento como la comisaría local están cerrados, a pesar de que se escucha ruido en el interior. Asumí que no recibiría ayuda alguna por parte de las autoridades.

Cogí una de las habitaciones del hotel, el dueño me dio la llave sin quitar la vista del culebrón latinoamericano que echaban en televisión. La habitación era de lo más sencilla, empapelada con papel blanco barato, un armario desvencijado y una cama con posiblemente la misma edad que el hombre de la estatua; el servicio sólo lo usaría como último recurso. La ventana no era del otro mundo, pequeña y cuadrada, de las antiguas; pero me serviría como puesto de vigilancia.

Al cabo de una hora, la gente vuelve a salir de sus casas, pero hay algo raro, nadie habla. Todo estaba en el más absoluto silencio, ¡hasta podía escuchar como las termitas carcomían la madera de la ventana! Seguí observando, tras los cristales con la ventana cerrada para no llamar la atención y esperé. Nada. Pasaban los minutos y la situación se mantenía de la misma manera, la gente pasaba una al lado de otra, se miraban y continuaban su camino; ni un saludo ni un gesto ni nada. ¿Dónde estaba la familiaridad propia de los pueblos?

El sol se fue poniendo y, poco a poco, las calles volvieron a quedarse vacías. La calle principal se iluminó por la luz de las farolas y a no ser que contara los mosquitos que se arremolinaban en torno a ella, no había nada que observar.

Cuando el sueño y el aburrimiento estaban terminando conmigo, resonaron unos pasos en la calle vacía. Abrí la ventana con cuidado, tratando de que sonara lo menos posible; no había encendido las luces de la habitación para no llamar la atención, así que era difícil que se me viera desde el exterior.
Los pasos se detuvieron y, seguidamente, se escuchó como dos puertas se abrían. Pude deducir por el ruido que eran grandes y pesadas, por lo que debían ser las de la iglesia. Me asomé de reojo, teniendo cuidado de que no se me viera desde el exterior. Confirmé que era la iglesia al ver salir a un pequeño niño rubio. Se me activaron todas las alarmas y mi sexto sentido me dijo que saliera corriendo ya. Tenía que actuar como cazador no como presa.

La puerta se abrió de una patada dejando paso al demacrado dueño del hospedaje con escopeta en mano. Sin esperar reacción por su parto, saqué la pistola y disparé dos balas: una a la mano que sujetaba el gatillo y la otra a la cabeza. Mis disparos habían dado la señal de salida para la partida de caza y, para variar, yo era la presa. Los más próximos comenzaban a llegar el inmueble a gran velocidad. Casi sin mirar, disparaba a diestro y siniestro para abrirme paso por el pasillo. Aquello empezaba a parecerse sospechosamente a un videojuego de zombies. Las escaleras comenzaron a colapsarse, había demasiada gente y yo no podía permitirme el lujo de recargar el arma, así que salí corriendo en dirección opuesta, a la habitación más próxima. Tal cual como entré fui directa a la venta, sin mirar alrededor, me aseguré de que el techado era el de la planta baja y, mientras saltaba, me pregunté si resistiría mi peso.

El techo aguantó el impacto, pero las tejas que lo recubrían cedieron y me precipitaron, el techado a tres alturas amortiguaron la caía hasta estamparme con el duro suelo. No fue una escapada fácil, pero tampoco estaba tan malherida como para no poder seguir corriendo.

En cualquier otra circunstancia ya estaría pidiendo refuerzos, pero en mi mente aparecieron las palabras de Goemon. Si lo hacía, le estaría dando la razón. Me muevo buscando el refugio de las sombras, tengo que pensar muy bien en cómo actuar. Mis perseguidores son numerosos y rodean a mi objetivo, tendría que ver la forma de dispararle a él directamente y no entretenerme con los intermediarios.

Le encontré en la plaza del pueblo, siempre rodeado por un gran número de personas. Busqué alguna postura en la que mi pistola pudiera dispararle sin interferencia… hasta que me encontré con sus pequeños ojos. En mi cabeza escuché una leve voz que me invitaba a ir hacia el centro de la plaza, su tono era bajito y casi dulce. En ese momento mi mente se dispersó, empecé a sentirme más cansada a cada minuto, incapaz de gesticular gestos simples. Di un par de pasos hacia él, no sabía lo que estaba haciendo, pero aquella dulce voz se rió.

Sin esperarlo, un grupo de hombres se lanzaron sobre mí reduciéndome con facilidad. Semiinconsciente, aún tengo la mente algo clara para sentir la tierra del suelo clavarse en mi cara y mi pie colgando de la mano de uno de aquellos hombres, estaba siendo arrastrada justo al centro de la plaza, donde se encontraba el endemoniado niño.

La voz que antes me invitaba a acercarme, ahora me invitaba a levantarme sin miedo hasta quedar a la altura del pequeño. Me hablaba sin gesticular y yo le escuchaba. Él sonrió mostrándome sus pequeños colmillos. El niño se acerca a mí lentamente, pasito a pasito con aquella especie de camisón que llevaba puesto, me tomó el rostro entre las manos y lo apartó a un lado. “Muy bien, Abby. O espabilas o éste va a ser tu final”. Cerré los ojos con fuerza, haciendo el esfuerzo de agarrarme a la poca cordura que me queda para salir del trance. Consigo caer de espaldas fuera del agarre de sus manos y, como acto reflejo, lanzo una patada a la cara del niño, derribándole un par de metros. Consigo recuperar las fuerzas y el dominio total de mi mente. El mocoso se retuerce en el suelo gritando, más que por dolor, de rabieta. Aluciné cuando, como una onda expansiva, todos cuanto estaban a nuestro alrededor: hombres, mujeres y niños, también cayeron al suelo retorciéndose de dolor como ellos.

Comencé a retroceder, pero el niño se levantó clavando sobre mí unos ojos ensangrentados y se lanzó sobre mí. Reaccioné de la misma manera, me protegí con la pierna golpeándole de rebote. Esta vez no se entretuvo en patalear, se levantó casi inmediatamente y volvió a arremeter contra mí. A dos pasos que yo retrocedía, él se aventajaba uno.

Su insistencia era increíble, arremetió tres veces más hasta que, agotada, caí al suelo. En su última envestida, me agarró por los hombros intentando morderme el cuello. No negaré que el hecho de no tener mi arma a mano y que el endemoniado niño estuviera a punto de arrancarme la cabeza no me tuviera algo nerviosa.
En el mismo momento en el que ya lo daba todo por perdido, un disparo redujo a mi oponente al suelo, donde se retorcía de dolor con un hombro sangrando. El vampiro se dejó ver como el infante que denotaba su aspecto. Busqué inmediatamente a mi salvador con la mirada. Frente a mí, dos hombres se acercaban a paso lento; uno era bajo y menudo, trajeado con una corbata roja, mientras que el otro era mucho más grande y corpulento, llevaba un traje muy similar al de su compañero, salvo que su corbata era blanca que portaba un fusil francotirador.

Me levanté e intenté ejercer mi autoridad como agente del gobierno.


- Mi nombre es Abby MacGonagall. Están interfiriendo en una misión del gobierno de los Estados Unidos. De no identificarse y entregar sus armas me veré en la obligación de reducirles por la fuerza.
La entrada de otro agente de la unidad me dejó anonadada. Vladimir apareció de un salto subido sobre una moto negra que había hecho derrapar.


- ¡Abby, quédate detrás de mí!

- ¿Cómo dices? Soy la agente encargada de ésta misión -. Después de todo lo ocurrido en el despacho de Goemon, no cedería mi misión sin rechistar.

- La misión ha sido cancelada. Retírate ahora -. Vladimir estaba más serio de lo que lo había visto nunca y eso me dio muy mala espina… pero mi misión era mi misión.

- ¡Y una mierda! No sé quién sois vosotros pero…

- Abby, ¡CÁLLATE! Ellos son de Imperium – ordenó Vlad.

- ¿Imperium?

El hombre más bajo empezó a reírse y se adelantó un par de pasos. Tal como me había parecido, debía ser el jefe.

- Vlad, viejo amigo, el tiempo no te ha tratado muy bien.


- Hola, Obadalla. Veo que has ascendido tras mi marcha.

- Sí, Christopher no es un compañero tan agradable como lo solías ser tú.

Como si tal cosa, sacó del bolsillo interior de su chaqueta un arma automática de gran calibre y reventó el cráneo del niño sin dejar de mirar a Vlad.


- Marco y Gabriel estarán contentos de saber que sigues vivo. Aunque no creo que a Gabriel le agrade saber que ahora estás con esos… humanos.

- No tengo intención de regresar a la orden. Marco lo respetó y Gabriel... bueno, él simplemente se abstuvo de opinar.

- Gabriel siempre te tuvo entre su guardia y te consideró de su élite. No te negaré que se sintió defraudado con tu marcha, pero en fin… Si me disculpas, tengo que llamar a los agentes de limpieza para que se deshagan de toda esta basura.


Miré a mi alrededor, los humanos volvían lentamente a la normalidad. Pero, de repente, mi visión se vio perturbada por un fuerte golpe que me dio Vlad por la espalda. Cuando desperté horas más tarde, estaba en el porche, en una gasolinera a más de doscientos kilómetros del lugar. Salí del coche y vi a Vlad montado en su moto, esperándome. Miraba al horizonte, hacia el lugar donde habíamos dejado Suidville, había una columna de humo negro.


- ¿Qué coño fue eso? ¿Y quién narices eran esos tipos?

- Imperium – contestó él sin mirarme.

- ¿Y qué es Imperium? – pregunté con exasperación.

- Sólo puedo decir que, si ves a gente de Imperium, esfúmate. La próxima vez no estaré aquí para salvarte el culo – me echó una última mirada y arrancó la moto.

Aceleró, dejándome allí con la palabra en la boca y sin respuestas. El único que podía explicarme qué o quién eran los de Imperium y qué tenía que ver Vlad con ellos era Goemon… aunque, antes de eso, tendría que explicarle aquel desastre de misión.

INFORME CERRADO

0 comentarios:

Publicar un comentario

Si eres nuevo lee los primeros informes, pulsando Entradas antiguas