Cinco… cuatro… tres… dos… uno. El reloj marcó las doce de la noche y ya estaba en mitad del parque, una mujer de veintitantos y sola, con la escasa iluminación de unas farolas que emitían una luz cenicienta. Muchos se preguntarían que clase de perturbada pasearía por un lugar así, a esas horas… y sola; fácil de explicar: Trabajo en la unidad paranormal del gobierno como detective y si un transeúnte haciendo footing denuncia que vio un enorme oso, ahí estamos nosotros. Por lo general, los osos son bastante conocidos para ser considerados “seres paranormales”; pero un oso gigante pinta lo mismo en un parque urbano que un león en el desierto. ¿No crees?
Como en el resto de cuerpos del orden, solemos trabajar en equipos de dos personas, aunque actualmente trabajo sola. Por suerte o por desgracia, ningún compañero me dura lo suficiente o no es capaz de seguir mi ritmo. A mi primer compañero, por ejemplo, lo mataron unos gremlins encabronados que un excéntrico millonario quiso regalarle al consentido de su hijo; el siguiente, perdió la cabeza por ir de ‘llanero solitario’ todo el tiempo en la captura de una momia que intentó resucitar a su antigua novia en el museo metropolitano. Y así podría seguir toda la noche. ¿Solución? Camino sola con una ‘Desert Eagle’ en el muslo. ¡Así soy yo! Una chica a la que le gusta tener entre sus delicadas manos una cosa grande y dura rellena de plata. El trabajar con y para uno mismo siempre tiene sus ventajas, en mi caso, poder fumar cuanto quisiera. Uno de mis compañeros –el de los gremlins si mal no recuerdo–, era un tío de esos que consideraba el tabaco algo diabólico y que las compañías tabaqueras planeaban una conspiración para conquistar el mundo y esas cosas. Si no hubiera estado como una regadera y no me hubiera soltado el mismo rollo cada vez que me veía con una cajetilla… le habría dado una razón para fumarse uno, y si no hubiera sido devorado por unos bichos locos antes de tiempo, claro está.
Cuando llegué a la escena del crimen, el agente Albrech ya estaba allí jodiendo las pruebas. No podía decir que fuera un mal policía, por alguna razón lo habían conservado en su puesto, pero no era la primera vez que estropeaba las pruebas del crimen o entorpecía la resolución de una misión.
– ¡Joder! ¿De entre todas las putas que hay en tu unidad te envían a ti, Abby? – Un encanto hablar con él, ¿eh?
– Albrech, yo al menos hago mi trabajo sin llenar las cosas de kétchup u olor a sobaco. - Sí, además de un inútil, era un marrano. ¡El sueño de toda mujer! – Albrech, ¿qué tenemos?
– Un petit cruasán, que estaba corriendo a eso de las doce de la noche de ayer, se topó con un enorme oso negro, según él. Pero luego, en la declaración aclaró que, aunque parecía un oso, tenía más cara de perro salvaje.
– Un hombre lobo pues. – Nota mental: ¡Mierda! Esos son de las ligas profesionales. - Están muy lejos de casa, ¿no crees bola de sebo?
– A mí eso me da lo mismo. Yo sólo tengo ganas de que termines para ir a tomarme un café.
Dejando al neandertal en sus cosas, saqué del bolsillo una linterna especial que utilizamos para detectar residuos “espectrales”. En pocas palabras, la linterna de toda la vida. No tuve que buscar demasiado, en los árboles más alejados del foco de luz de las farolas, detecté lo que podría ser la marca de una zarpa, pero claramente no era la de un oso. Comencé a mosquearme. De estar por la zona, era probable que pudiera retenerlo lo suficiente hasta que la unidad enviara refuerzos y, siendo yo de una unidad que no existe y una criatura que sólo se ve en los cuentos de caperucita, me las vería muy jodida.
- – ¡Eh! Bola de sebo, ¿el parque está cerrado y el perímetro asegurado? … ¿Albrech?
Las cosas empezaban a ponerse feas. Pistola en mano ¡ya! Ese gordo no saldría de la vista ni de un satélite. Con la pistola entre mis dedos y el seguro quitado, observé la zona donde, hasta escasos segundos antes, había estado el agente desaparecido. Había rastros de sangre… o kétchup… no dejaba de tratarse de Albrech. Al margen de eso, no encontré nada más. Los árboles de mis alrededores eran frondosos, pero no lo suficiente como para esconder a una bestia de las proporciones que suelen tener.
Si tienes que enfrentarte a un peligro como es un hombre lobo en noches de luna llena, recurres a lo que te enseñan en la academia:
“No te apresures, analiza tu entorno y nunca bajes la guardia”.
Parece fácil, pero hay que imaginarse a uno mismo en la situación. Directamente me coloqué en el camino empedrado que recorría el parque, la zona más limpia de árboles… y también la más iluminada. Si la bestia quería atacarme, tendría que salir a la luz.
– ¿Albrech? ¿Estás por aquí? Contesta.
Si las cosas no podían ponerse peor -que es lo que pasa por la mente de cualquiera en esos momentos- toda la luz del parque se fue, dejándome a oscuras. Ya no me quedaba ninguna duda: Era un hombre lobo. Pero éste no llevaba en el lugar dos días, o pertenecía a la comunidad o ya había estado antes aquí. Me coloqué las gafas de visión nocturna de la unidad de forma mecánica. ¡Eso sí es alta tecnología! Ya que, aunque tienen los cristales especiales y toda la parafernalia para ver en la noche, tienen la apariencia de unas gafas de sol normales de lo más chics. Tonterías aparte. No doy más espacio de tiempo para pedir refuerzos. Si aprendí algo de mis compañeros es que ser temerario no lleva a ningún sitio.
– Central, aquí McGonagall. Hay un agente desaparecido y posiblemente halla sido asesinado por un hombre lobo. Necesito refuerzos, repito necesito unidades de refuerzo.
– McGonagall, aquí central. Los refuerzos están en camino
– Central, ¿cuánto tiempo tardarán?
– Mcgonagall, tiene que resistir al menos dos horas.
Dos horas, cualquiera diría que no es nada de tiempo. Un hombre lobo no es cosa a tomar a la ligera. Ni llevando un lanzagranadas me sentiría segura.
Dos horas, cualquiera diría que no es nada de tiempo. Un hombre lobo no es cosa a tomar a la ligera. Ni llevando un lanzagranadas me sentiría segura.
Lo más inteligente en esos momentos, es no esperar el ataque. Empezaría por investigar el estado de los generadores del parque para volver a tener la ventaja de la luminosidad; además, lo más seguro era que el hombre lobo se encontrara aún allí. Si tenía la oportunidad, le volaría la cabeza antes de a esa bestia se le ocurriera arrancarme la mía.
Mis movimientos no eran lentos pero tampoco rápidos, pasos seguros como los llamábamos nosotros. No me llevó más de quinde minutos localizar la caseta de los generadores del parque, añadiendo que la pintada del bosque en grafiti me despistó en el primer reconocimiento. Apoyada en el muro, analicé la puerta. Por el hueco de la puerta donde debía estar el pomo, pude comprobar la inexistencia de luz en el interior. No tenía ninguna ventaja, la puerta estaba entreabierta hacia afuera, tenía mucho más que perder que si fuera para adentro. Era hora de echarle coraje. Revisé mis opciones, utilizaría mi cinturón para tirar de la puerta, eso me daría espacio y tiempo de reacción. ¡Perfecto! Con pasos cautelosos y lo más sigilosa de lo que era capaz, enganché la hebilla del cinturón a la puerta.
Un fuerte golpe rompió la puerta, expulsándome varios metros hacia atrás por el impulso. En estas circunstancias, no puedes evitar cerrar los ojos y cubrirte por instinto de supervivencia, pero no tardo más de dos segundos en reponerme. Sólo para retroceder dos pasos más alucinando con la vista. Era Albrech, o lo que parecía el. Era una deformidad humanoide, medio rostro deformado y la otra conservando su apariencia habitual. Su cuerpo estaba siendo atacado por el virus de la licantropía. Aún no podía ser uno por el espacio de tiempo tan corto en el que se estaba transformando.
– Albrech, ¿eres tú? Contesta.
– ¿Abby? ¡Abby! ¿Qué es lo que me pasa?
No pude contestarle. Estaba, claramente, infectado. Pero no había pasado ni una hora desde su desaparición, era imposible que el virus le estuviera cambiando tan rápidamente. Las cosas se estaban complicando cada vez más y se escapaban de mis manos.
– Central, aquí Mcgonagall. Encontré al agente desaparecido, está infectado pero no presenta ningún tipo de mordedura.
– Aquí Central. Proceda con su eliminación.
Era el procedimiento habitual, en la Unidad prefieren el desaparecido o el muerto a tener que curar a alguien como él. Lo malo fue que él también había escuchado la conversación y no le hizo el mismo tipo de gracia. Albrech se lanzó sobre mí con intención de matarme y yo le disparé al pecho. Pero, a pesar de su sobrepeso, sus movimientos eran rápidos. Se movía en zig-zag evitando un segundo disparo. Cuando menos me lo esperaba, me agarró por la espalda imposibilitándome moverme. ¡Pobre! Eso solo pasa en las películas, yo no pensaba quedarme esperando el mordisco. Aunque algo temeraria, giré la pistola con los dedos esperando que la bala le acertase. ¡Bingo! Le di de lleno, cayó al suelo retorciéndose de dolor, liberándome sin pretenderlo. Aunque esta vez el tiro me hubiera salido perfecto, no pensaba darle una segunda oportunidad. “Si te despistas mueres” Ese lema era sagrado.
“¡Qué se joda!” cruza por mi mente. Me da exactamente igual si era un ex-agente, ahora era una bestia que había intentado matarme. Había disparado a otros por mucho menos que eso.
Descargué sobre él el cargador y, por si faltaba, le disparé otras dos nuevas en la cabeza. Si se levantaba después de eso… desde luego tendría serios problemas. Relajé los hombros cuando comprobé que no iba a levantarse. Pero ahí no había acabado todo. Tras la ráfaga de disparos, el silencio se rompió por un fuerte aullido, seguido por bastante más; la respuesta de, lo que tenía que ser, un ejército.
“Parece que no les gusta que maten a uno de los suyos ni aunque sea Albrech” me permito mi momento cómico mientras recargo la pistola.
De la nada empezó a salir, a lo lejos, un enorme hombre lobo, enfocó sus ojos sobre y mí y, lentamente echó a andar hacia mí. A unos escasos metros de él, comenzaron a aparecer lo que parecía una manada formada por más de veinte hombres lobo. Piensas: ¿Les disparo? Sí, ¿tengo balas para todos? … ¡Ni de coña! Tendría que pensar en un plan alternativo, y rápidito.
- ¡Quietos! – grité con toda la fuerza de mis cuerdas vocales. Seguro que mi grito no les inspiraría temor; pero nadie puede negar que, al menos, lo intenté.
Plan C. ¡A la mierda! Si el alfa cae… los otros huirán. Abrí fuego sobre la enorme bestia que avanzaba inquebrantable… Y seguía avanzando. Las balas impactaban sobre ella pero ni siquiera se inmutaba. Al disparar la última bala, la bestia había llegado a mi altura, tan segura como estaba, preparó la garra para desgarrarme. El miedo me paralizó, sin poder quitar los ojos de cómo se encorvaba –como si fuese un lobo– para atacar saltando sobre mí.
¿Estoy acabada? Sorprendentemente… No. La bestia es abatida por un centenar de balas que llegan desde todas las direcciones, llegando inclusive al ejército lobuno que se había quedado en la retaguardia. Uno a uno van cayendo, pero no bajo mi guardia hasta que el último de ellos está en el suelo. Unos helicópteros aparecieron en la escena y, uno de ellos, inició el aterrizaje.
Una vez en tierra firme, el primero en bajar fue el jefe al mando, el Mayor Plasman, un ex militar que se distinguía por dirigir a todo y a todos como en el ejército. Pero es un hombre en el que se puede confiar.
– Mayor - me cuadro y le saludo a la manera tradicional militar.
– Me debes una caja de puros por esa alfombra que acabo de regalarte – sonrió. Era su forma de decir: “Te acabo de salvar el culo”. Pero, ¿acaso es mentira?
– Le compraré la mejor marca, señor. Por cierto, señor. Sobre Albrech…
– No recuerdo a nadie con ese nombre. Y creo que usted tampoco. – De nuevo, su semblante estaba serio y tenso.
– No, Mayor. Hablo sobre su transformación. Era demasiado anormal que se transformara en un periodo inferior a las cuarenta y ocho horas. Además, no presentaba heridas de mordedura.
El mayor no dijo nada, sólo recogió los restos de Albrech y volvió a subir a su helicóptero.
Mi trabajo en lo referente a este caso había terminado. Los agentes de limpieza estarían de camino y yo tenía una cita con la ducha y una buena cerveza negra.– Mayor - me cuadro y le saludo a la manera tradicional militar.
– Me debes una caja de puros por esa alfombra que acabo de regalarte – sonrió. Era su forma de decir: “Te acabo de salvar el culo”. Pero, ¿acaso es mentira?
– Le compraré la mejor marca, señor. Por cierto, señor. Sobre Albrech…
– No recuerdo a nadie con ese nombre. Y creo que usted tampoco. – De nuevo, su semblante estaba serio y tenso.
– No, Mayor. Hablo sobre su transformación. Era demasiado anormal que se transformara en un periodo inferior a las cuarenta y ocho horas. Además, no presentaba heridas de mordedura.
El mayor no dijo nada, sólo recogió los restos de Albrech y volvió a subir a su helicóptero.
INFORME CERRADO
2 comentarios:
Me ha encantado cómo habéis metido a La Momia y a Los Gremnlins, y seguro que lo haréis con más historias, ha sido genial :D
Me encanta.
Nos alegra mucho tu opinión, hacemos un largo trabajo de investigación para buscar criaturas fantásticas que puedan dar una increíble historia. Esperamos el resto de "informes" te agraden del mismo modo.
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